por Mons. Carlos González Saracho
Artículo aparecido en la revista HACER EMPRESA en diciembre de 2023
Este número de Hacer Empresa se publica cercano a Navidad, cuando conmemoramos el nacimiento de Cristo, una fiesta que nos habla de unidad y fraternidad, de salvación, redención, de plenitud de lo humano y, por tanto, de paz. Esta Navidad llega en un momento de guerras y, en nuestro país, en un ambiente preelectoral que está cargado de tensiones.
Se suele decir que esta época se caracteriza por la saturación de información y la polarización. La abundancia de información no quiere decir mayor calidad ni mayor acercamiento a la verdad, como vimos en la columna de octubre. Y la polarización se está metiendo en nuestras vidas de modo gradual, a pesar de que no faltan críticas a las posiciones extremas… de la otra parte.
Según la Real Académica Española, le palabra “polarizar” tiene origen en la física: restringir en una dirección las vibraciones de una onda transversal. De ahí que signifique concentrar la atención o el ánimo en algo. Esta concentración lleva a tensar las diferencias y a un proceso de alineamiento, fundamentalmente en las fuerzas políticas.
Se trata de un fenómeno en aumento sostenido. Por ejemplo, en España, según el Centro de Investigaciones Sociológicas (CIS), en julio de 2000 un 8 % de los españoles se identificaba con posiciones ideológicas extremas. En julio de 2022 eran algo más del 20 %, es decir, se multiplicaron por 2,5. No tengo datos objetivos sobre Uruguay, pero la sensación térmica es que puede haber un crecimiento similar.
Una posible explicación de este fenómeno es que la política se está metiendo en todo. Muchas personas piensan que la política es capaz de arreglarlo todo o, en el extremo opuesto, que es la causa de todos los males: la cultura se subordina a las políticas culturales, la educación a las políticas educativas, etc. En cierto sentido está bien, pero el error consiste en que, en lugar de hacer mejores políticas educativas y culturales, lo que se hace es politizar la educación y la cultura, algo radicalmente diferente y nocivo. La política invadió demasiados ámbitos de lo social… y los contaminó, porque se entiende la política en un sentido de corto plazo y utilitarista. Es una política que no busca alcanzar los mejores resultados para el bien común, sino defender intereses corporativos y ganar las próximas elecciones.
Como sacerdote, me preocupa que también en la Iglesia se corra el riesgo de la polarización. Porque los cristianos somos ciudadanos como los demás, situados en la historia, en un país y una sociedad concretos. No vivimos —no deberíamos vivir— desinteresados de lo que pasa a nuestro alrededor, de las corrientes a veces profundas, otras veces superficiales y frívolas que influyen en nuestra vida diaria.
Todos somos seres políticos, en el sentido aristotélico, es decir, relacionales. Este relacionarnos es un proceso sustantivo de cada persona y se articula de diversas formas. Por eso, hablar de polarización es también reflexionar sobre la construcción de nuestras identidades. Y, en este sentido, el efecto de fondo de la polarización es que se están configurando identidades con el criterio “amigo-enemigo” de Carl Schmitt (El concepto de lo político, Alianza Editorial, Madrid, 1999, p. 60). La identidad es una de las mayores fuerzas movilizadoras del ser humano y pocas veces responde a razones intelectuales, sino más bien a nuestras emociones primarias.
Dicen los que saben que hay hasta tres tipos de polarización. La ideológica, sobre la que no hay mucho que explicar en esta columna. La afectiva, que en Estados Unidos suele estar vinculada a sentimientos negativos hacia los otros, mientras en los países latinos está más unida a sentimientos positivos, hacia lo nuestro. Y, en tercer lugar, la polarización cotidiana, que es la que vemos crecer como consecuencia de las dos primeras.
Sin duda tienen mucha responsabilidad los políticos que desarrollan una política ideológica, cargada de una voluntad de poder que se configura como una identidad que determina la marcha de las sociedades. También puede influir que la economía de mercado, junto con todas sus ventajas reconocidas y experimentadas, presenta algunos resortes que —mal entendidos o mal aplicados— pueden tender a tensar la cuerda.
Pero, sobre todo, los medios de comunicación se han convertido en los superconductores de esta polarización social en la medida en que ponen en escena la polarización ideológica como forma de espectáculo. Los medios de información tienen responsabilidad también en la medida en que se convierten en brazos ejecutores de esa polarización política, al servicio de los agentes primeros de la polarización.
Para fomentar una mirada amplia, es saludable adoptar una actitud crítica ante los medios. Todos corremos el riesgo de una saturación de información indigesta y sesgada. Conviene buscar fuentes (informativas y de análisis) confiables y rigurosas, conociendo las agendas de los distintos medios para matizar lo que sea necesario. También debemos ser conscientes de que hay muchas noticias complejas sobre las que es prudente esperar para opinar, ya que responden a ciclos que duran varios días y no es bueno precipitarse lanzando opiniones tajantes. La paciencia es buena consejera. En las redacciones periodísticas de prestigio circulaba un dicho: “Si tenés mucho tiempo, leé el diario; si tenés menos tiempo, leé revistas; si tenés muy poco tiempo, leé un libro”. Actualmente las redes sociales no son fuentes fiables de información y la precipitación no permite llegar a juicios ponderados.
Volviendo a la Navidad: la actitud polarizada es lo opuesto al cristianismo, porque pone en duda la buena intención del otro, crea una mentalidad binaria, no unitiva, está guiada por emociones que empujan a dividir políticos y personas comunes en hinchadas futbolísticas opuestas. Nos aleja del horizonte de lo que es esencial, el bien común, para buscar tener razón en una discusión. Un buen propósito para el nuevo año puede ser seleccionar mejor nuestras fuentes informativas y ponderar las opiniones de modo de bajar decibeles en el diálogo social, procurando transformar la polarización en colaboración.