Horarios en el Santuario a partir de marzo de 2024

Celebración de la misa

De lunes a domingos a las 19:30
Los domingos también a las 12:00

Exposición del Santísimo Sacramento

Viernes de 17:30 a 19:20

Atención sacerdotal

Lunes a viernes: 17:30 a 19:20
Sábados: 18:30 a 19:20
Domingos: 11:30 a 12:00, y de 18:30 a 19:20

Confesores habituales: 

Mons. Carlos M. González:

Sábados: 18:30 A 19:20
Domingos: 11:30 a 12:00
Miércoles, jueves y viernes: 17:30 a 19:20


Pbro. José Luis Vidal

Domingos: 18:30 A 19:20
Lunes y martes: 17:30 a 19:20


Por la mañana de lunes a viernes, el Santuario permanece abierto de 10 a 12.

¿Existe una fórmula para la felicidad?

 



Por Carlos González Saracho

Artículo aparecido en la revista Hacer Empresa,  agosto, 2024


En muchas áreas existen fórmulas para resolver problemas. Pero parece imposible llegar a una fórmula para conseguir la felicidad. El instituto Harvard Study of Adult Development intentó una aproximación observando durante más de 80 años la vida de un número elevado de estadounidenses, y preguntando a los protagonistas qué felices se sentían en cada momento. El proyecto nació en 1938, cuando un profesor de Harvard comenzó a observar a un grupo de alumnos de esa universidad, por lo general de clase media y alta. Al mismo tiempo, un abogado y una trabajadora social se propusieron estudiar cómo se desarrollaban en el tiempo las vidas de cientos de adolescentes de los barrios más marginales de Boston.

Unos años más tarde, ambos proyectos se unieron en uno. Entrevistaron periódicamente a cada una de las personas estudiadas y a sus parientes, hasta llegar a un total de 2000 personas. Al anotar los datos más evidentes (estudios, trabajo, matrimonio, hijos), los investigadores iban creando algo así como un historial de la felicidad, porque añadían preguntas sobre su satisfacción con la vida en ese momento. Los actuales directores del proyecto, Robert Waldinger y Marc Schulz, recogieron los principales resultados en el libro Una buena vida. El mayor estudio mundial para responder a la pregunta más importante de todas: ¿qué nos hace felices? (Planeta, 2023).

Llegaron a la conclusión de que la clave para alcanzar una vida feliz consiste en contar con una red de “verdaderas relaciones personales”. La fuerza del libro consiste en que demuestra con datos experimentales la verdad de dos afirmaciones sencillas, pero que a veces olvidamos.


Llegaron a la conclusión de que la clave para alcanzar una vida feliz consiste en contar con una red de “verdaderas relaciones personales”.

En primer lugar, que ni el éxito profesional ni el dinero ni la comodidad de las circunstancias personales son, por sí mismos, buenos predictores de si alguien alcanzará una vida lograda. En segundo lugar, que la felicidad permanece cuando se ha construido con materiales sólidos. Esto es precisamente lo que quieren decir con el adjetivo “verdaderas” aplicado a las relaciones personales.

El libro abunda en historias de personas que, en contextos muy difíciles, han sabido apoyarse en otras y lograron ser felices. Y, al contrario, incluye otras que parten de situaciones favorables, pero tomaron un camino de aislamiento e infelicidad. Los autores lo explican porque las relaciones sólidas, cultivadas con paciencia y generosidad, funcionaron como “reguladoras de la adversidad”. Ante los golpes de la vida salieron adelante, incluso muchas veces vieron su felicidad reforzada.

De entre todas las relaciones, los autores destacan las familiares. Una gran mayoría de los entrevistados, sobre todo cuando ya eran ancianos, reconocían que su matrimonio y sus hijos habían sido, para bien o para mal, lo que había determinado su felicidad. Llama particularmente la atención la cantidad de crisis matrimoniales superadas gracias al esfuerzo —comprensión, paciencia— de una de las partes. Esto es algo que personalmente puedo confirmar por mi experiencia de sacerdote y de acompañamiento espiritual a personas casadas.

El estudio menciona también que las relaciones que dan mayor consistencia son las marcadas, de una u otra forma, por el servicio a otros. Los testimonios reconocen que ser feliz no se trata simplemente de vivir con los demás, en el sentido de mantener una red social activa, sino sobre todo de vivir para los demás. Y la familia, otra vez, aparece como el ámbito más adecuado para esto.


Ni el éxito profesional ni el dinero ni la comodidad de las circunstancias personales son, por sí mismos, buenos predictores de si alguien alcanzará una vida lograda.

También se demuestra la importancia de detenerse para evaluar la propia vida. Muchos de los entrevistados manifestaron que el participar en la investigación les había ayudado a reflexionar sobre cómo estaban construyendo su felicidad y la de su familia, algo que no hubieran hecho si no fuera por la investigación.

Por último, en varios testimonios se confirma que las vidas con más y mejores relaciones suelen estar animadas por un “impulso moral”, la búsqueda de un propósito vital que dé sentido a los sacrificios y crisis que van llegando.

Los autores de Una buena vida apenas mencionan las creencias religiosas de las personas estudiadas, pero otras investigaciones han demostrado una relación entre la religiosidad y algunos indicadores de la felicidad. Ya hace años, el neurólogo y psiquiatra judío, Víctor Frankl, sobreviviente de los campos de concentración nazis, enseñó que la felicidad es consecuencia de una vida con sentido, de una plenitud interior que no se ve aplastada por los factores externos, por más duros que sean. Y el sentido lo da un amor grande, valores altos por los que vivir y una vida espiritual.

Actualmente, uno de los mayores expertos en este campo es Tyler VanderWeele, catedrático, también de la Universidad de Harvard, donde dirige el Human Flourishing Program y la Initiative on Health, Spirituality and Religion. El experto busca fundamentar con métodos científicos una “teoría de la felicidad”.

En una investigación publicada hace dos años en la revista International Journal of Epidemiology, VanderWeele —junto a otros dos autores— analizó la relación estadística entre la asistencia a servicios religiosos y diferentes aspectos de la salud: problemas físicos, psicológicos, conductas de riesgo (como alcoholismo, tabaquismo o falta de sueño) o bienestar psicológico (satisfacción vital, integración social, sentido en la vida). Siguieron durante varios años la religiosidad y la salud de tres grupos diferentes: uno de jóvenes, otro de adultos y otro de ancianos. El estudio encontró una relación positiva entre vida religiosa y salud física: menos mortalidad, por ejemplo, entre los que acudían con regularidad a la iglesia que entre los que no. Pero los efectos más significativos se daban en el campo de los comportamientos de riesgo —mucha menos frecuencia en el abuso del alcohol entre las personas practicantes­— y la salud mental: menos posibilidad de sufrir cuadros depresivos o de sentirse solos; más satisfacción vital, afectividad positiva e integración social.

En Vuelo nocturno y en Ciudadela, Antoine de Saint-Exupéry repite varias veces que “el hombre es un nudo de relaciones”, con Dios, la familia, los amigos, la patria, los valores. Nunca se llegará a una fórmula definitiva de la felicidad, válida para todos, pero las dos investigaciones de Harvard permiten concluir que una apuesta segura para conseguirla es cultivar relaciones sociales marcadas por la generosidad y practicar la religión

EL CAREER PORTFOLIO PARA UN MATRIMONIO ESTABLE Y FELIZ

 


por Mons. Carlos González Saracho 

Publicado en la revista Hacer empresa en mayo, 2024

Si entendemos el career portfolio como la diversidad de experiencias, formaciones, habilidades e intereses que conforman la “caja de herramientas” de cada persona, podemos notar su estrecha relación con la definición clásica de virtudes como “hábitos operativos buenos” que facilitan las acciones buenas y rectas. Ejemplo sencillo: a una persona ordenada le resulta más fácil dejar las cosas en orden, tener prioridades, etc.

Esto se aplica a la vida profesional y debería aplicarse con más motivo a la vida familiar. Para que un matrimonio resista —palabra fea, pero realista considerando las dificultades que surgen— hace falta cuidarlo y mimarlo. No basta la buena voluntad, sino también unas capacidades en cada uno que ayuden a fortalecer esta unión para que sea duradera: felizmente duradera.

Lograrlo es difícil. Pero en realidad no tan complicado, porque se trata de adquirir hábitos que se conviertan en nuevas formas de ver la vida, de afrontar un día y otro, hasta descubrir que el amor está en los detalles: en una mirada, en una llamada… hábitos sencillos, casi cuantificables.

El economista, filólogo y experto en orientación familiar Fernando Poveda afronta este desafío en su libro La pareja que funciona, del que resumiré a continuación y muy sintéticamente ocho claves que permiten adquirir esos hábitos tan importantes para la vida familiar y profesional.

SI ENTENDEMOS EL CAREER PORTFOLIO COMO LA DIVERSIDAD DE EXPERIENCIAS, FORMACIONES, HABILIDADES E INTERESES QUE CONFORMAN LA “CAJA DE HERRAMIENTAS” DE CADA PERSONA, PODEMOS NOTAR SU ESTRECHA RELACIÓN CON LA DEFINICIÓN CLÁSICA DE VIRTUDES.

  1. Tomarse realmente en serio la preparación para la familia. Si nos fijamos en nuestra vida y en la vida de cualquier persona, veremos que se dedica mucho tiempo a la preparación personal y profesional. Sin embargo, a la preparación para la familia, para la vida de pareja, no nos preparamos de igual forma. La familia es una inversión para toda la vida, y para este fin hay que prepararse. Hay que estudiar. ¿Cómo? Conociendo de verdad al otro, pero también a uno mismo, en todos los aspectos. Como decíamos antes, el amor está en los detalles; pero previamente hay que conocer el mundo de las necesidades del otro: saber cuáles son los detalles que quiere y cuáles no.
  2. Cuidar la comunicación. La comunicación y el trato dentro de la pareja son la base del conocimiento mutuo que a su vez es la base del amor. Lamentablemente, muchos padres descuidan el matrimonio una vez que llegan los hijos. “La principal clave para la buena educación de los hijos es cuidar la vida en pareja, por encima de la educación de los hijos”, escribe Poveda, que es marido y padre de familia numerosa. Por esto, es fundamental sacar el máximo partido al tiempo compartido en pareja.
  3. Cuidar tu bonsái. El amor puede romperse, y así lo atestiguan rotundamente las estadísticas. Por eso, hay que cuidarlo, y cuidarlo todos los días, como algo delicado, como si fuera un valioso bonsái. Un error que lleva a fracasar muchos matrimonios es confundir amor con sentimiento. El amor radica fundamentalmente (no solo) en la voluntad y en la libertad. Por eso es bueno no confiarnos, no abandonarse y luchar todos los días como si fuese el último… o el primero.
  4. Disfrutar de las cosas buenas. También del placer sexual que, en el matrimonio, no solo es bueno, sino básico para que la pareja funcione. Cuando se ama, se ama con toda la persona y a toda la persona.
  5. Cuidar el buen humor. Tanto la risa como el buen humor generan endorfinas, lo que a su vez produce sensación de alegría, felicidad y ganas de vivir. Las personas que saben reírse afrontan de una manera más sensata los problemas y dificultades de la vida y se forma en el hogar un ambiente optimista. Como tantas virtudes, el buen humor y la actitud positiva no es algo innato —aunque el temperamento ayuda—, sino voluntario.

EL AMOR PUEDE ROMPERSE, Y ASÍ LO ATESTIGUAN ROTUNDAMENTE LAS ESTADÍSTICAS. POR ESO, HAY QUE CUIDARLO, Y CUIDARLO TODOS LOS DÍAS, COMO ALGO DELICADO, COMO SI FUERA UN VALIOSO BONSÁI.

  1. Aprender a gestionar las crisis. Antes de casarse hay que tener muy claro que en el matrimonio los malos momentos llegan, tarde o temprano. Es algo que está ahí. Es normal que haya muchas pequeñas discusiones, malos momentos, algunas crisis e incluso alguna grandes crisis. No se puede pensar que somos los únicos que pasamos por ellas. Lo importante es saber gestionarlas.
  2. Anticiparse a las crisis. La forma más efectiva para evitar las crisis o que tengan efectos más limitados es prevenirlas. Todos los puntos anteriores se enfocan a esto. Pero además es fundamental hablar las cosas. Antes de las crisis, para resolverlas, y después para hacer balance: hablar todo lo necesario de forma asertiva. Sin reproches. Con cariño y humildad.
  3. Volver a enamorarse. El amor es algo dinámico que hay que renovar a diario. ¿Cómo? Poniéndose siempre en el lugar del otro, teniendo paciencia y dedicando tiempo, recordando los momentos que fueron alimentando el matrimonio, sonriendo, borrando los reproches, siendo detallista, amando y perdonando. El papa Francisco suele repetir que las tres palabras decisivas para la felicidad matrimonial y que conviene repetir frecuentemente son: “gracias, con permiso y perdón”.

Consejos de santos para situaciones de estrés


    por Mons. Carlos González Saracho
 Artículo aparecido en la revista HACER EMPRESA en febrero de 2024
 
Son conocidos los beneficios que aporta el Método de Harvard para la negociación y sus pasos fundamentales: preparación, definición de los problemas, generación de opciones y evaluación de las opciones. En esta columna, sin pretender ofrecer ningún método, recogeré unos consejos de personas famosas, que la Iglesia católica reconoce como santos, y que resultan muy eficaces para evitar, gestionar o resolver situaciones de estrés.

1. Hablar amablemente

San Juan Bosco (1815-1888), fundador de la querida Congregación Salesiana, poseía muchas condiciones de liderazgo. Insistía en que “la dulzura en el hablar, en el obrar y en el reprender, lo gana todo y a todos”. Es muy útil aprender a utilizar más frecuentemente el verbo ‘rectificar’ que ‘corregir’, procurar adoptar respuestas afectivas e incluir palabras positivas. San Juan Bosco añadía: “Jamás reprendas ni humilles en presencia de los demás, sino avísalos siempre ‘in camera caritatis’: o sea dulcemente y en privado”. El ser amable ―no meloso― permite conectar mejor con los demás y fortalecer vínculos, lo que da seguridad a las personas.

2. Sonreír frecuentemente

Está relacionado con la amabilidad. La Madre Teresa de Calcuta (1910-1997) advertía: “La paz comienza con una sonrisa. Inicia cada día con una sonrisa, aunque no hayas podido descansar en la noche. Una sonrisa puede cambiar tu suerte y la de aquellas personas que se crucen contigo”. En la medida en que nos proponemos sonreír, iremos adquiriendo un hábito que nos ayudará personalmente y al mismo tiempo alivia la carga de los demás. Es todo un desafío, porque implica hacerlo incluso cuando tantas cosas duelen; pero nos permite ir saliendo de nuestro egoísmo y de nuestra comodidad.

Inicia cada día con una sonrisa, aunque no hayas podido descansar en la noche. Una sonrisa puede cambiar tu suerte y la de aquellas personas que se crucen contigo”.

Quizá ante estos dos consejos, alguien quiera justificar sus faltas aludiendo a que tiene un temperamento muy fuerte, que es muy impulsivo. A esto responde San Josemaría Escrivá (1902-1975): “No digas: ‘Es mi genio así…, son cosas de mi carácter’. Son cosas de tu falta de carácter”. Efectivamente, la fortaleza implica paciencia, saber llevar las dificultades sin quejarse ni reaccionar destempladamente.

3. Reunirse y compartir necesidades

San Juan Pablo II (1920-2005) pronosticaba que “el amor será en realidad fermento de paz, cuando la gente sienta las necesidades de los demás como propias y comparta con ellos lo que posee, empezando por los valores del espíritu”. Para evitar o remediar las tensiones familiares se requiere un equilibrio entre lo que queremos y lo que otros quieren, entre lo que ambas partes necesitamos y lo que nos permite conseguir un adecuado bienestar. Esto exige ser participativo, poner voluntad y el deseo por conocer más profundamente a los que nos rodean; de lo contrario será muy difícil construir oportunidades y seguir adelante juntos.

4. Pedir perdón y perdonar rápidamente

San Juan Pablo II también aconsejaba: “No pierdas el tiempo guardando rencor. Déjalo ir de inmediato y continúa con una relación amorosa. Debemos perdonar siempre, recordando que nosotros mismos hemos necesitado el perdón”. El orgullo no tiene cabida en un hogar tranquilo. Mejor dicho: el orgullo impide que se desarrolle un ambiente tranquilo, agradable. Por eso debería ser habitual saber disculparse con facilidad y pedir perdón. De hecho, lo que normalmente ocurre es que tenemos necesidad de ser perdonados mucho más que de perdonar a los demás.

San Juan Pablo II también aconsejaba: “No pierdas el tiempo guardando rencor. Déjalo ir de inmediato y continúa con una relación amorosa. Debemos perdonar siempre, recordando que nosotros mismos hemos necesitado el perdón”.

Existe una visión desenfocada y bastante generalizada del perdón, como una realidad afectiva: “me cuesta perdonar”, “no me siento inclinado a perdonar”. Pero la Madre Teresa de Calcuta nos aclara: “El perdón no es un sentimiento, sino una acción voluntaria”. La acción voluntaria de no odiar, no dañar, no devolver mal por mal, no quedarse resentido o sintiendo ira por lo padecido, no vengarse. Y eso significa elegir “hacer las paces” o buscar la paz con los demás.

Es verdad que el perdón cuesta mucho y que no cicatriza inmediatamente las heridas afectivas, pero restaura los circuitos del amor, nos saca de nuestro egoísmo… y eso tiene efectos cicatrizantes. Como completaba la Madre Teresa: “Perdona, que perdonando tendrás en paz tu alma y la tendrá el que te ofendió”.

5. Ser pacientes

La Madre Teresa de Calcuta también advertía: “Al darle a alguien todo tu amor nunca es seguro que te amarán de vuelta. No esperes que te amen de vuelta; solo espera que el amor crezca en el corazón de la otra persona. Pero, si no crece, sé feliz porque creció en el tuyo”. Hay frases cariñosas que nos encantaría oír, especialmente en las relaciones familiares, y que quizá nunca escuchemos de la boca de los demás. Pero la paciencia y la generosidad nos llevan a no quedarnos en esa sensación de vacío y dar un paso más para perseverar en nuestro esfuerzo.

Cuando permanecemos pacientemente en el amor, damos “crédito afectivo” al otro. Mirémoslo desde nuestro lado: ¿hasta cuándo nos gustaría que nos den crédito a nosotros?  Seguramente para siempre, sin plazo de vencimiento. Es lógico sentir cansancio emocional porque se invierte mucho ―al menos subjetivamente― y se obtiene muy poco a cambio. A veces, renunciamos a muchas cosas por atender a nuestros padres, por hacer felices a nuestras parejas y por dar lo mejor a nuestros hijos. Para hacer frente al estrés familiar y al cansancio emocional hay que poner amor en lo que hacemos, aunque sea rutinario, y no perder nunca de vista el fin: así invertimos en los demás, pero también en nosotros

6. Compartir tiempo de calidad

Cuando estaba en Cracovia, antes de ser papa, San Juan Pablo II destinaba parte de su tiempo a llevar grupos de jóvenes a la montaña para esquiar o hacer senderismo. Siempre buscaba un tiempo de exclusividad para hablarles, escucharlos y compartir sus experiencias y conocimientos. Una forma de mejorar las relaciones interpersonales y combatir las tensiones es“desconectar”, cambiar de rutinas y romper esos hábitos en los que a veces caemos, en los que acaba apareciendo el agobio, el cansancio o los reproches. ¿Cuánto tiempo de calidad compartimos en familia? Un paseo, una reunión distendida en el campo o en un balneario, etc., permiten hablar sobre aquellos asuntos que son realmente importantes en un contexto diferente y más relajado.

Releyendo estos consejos y conociendo la vida de quienes los han dado, se entiende una afirmación de San Josemaría Escrivá: “La felicidad del Cielo es para los que saben ser felices en la tierra”.


AÑO NUEVO, ¿MÁS O MENOS POLARIZADOS?

 

 

  por Mons. Carlos González Saracho
 Artículo aparecido en la revista HACER EMPRESA en diciembre de 2023

Este número de Hacer Empresa se publica cercano a Navidad, cuando conmemoramos el nacimiento de Cristo, una fiesta que nos habla de unidad y fraternidad, de salvación, redención, de plenitud de lo humano y, por tanto, de paz. Esta Navidad llega en un momento de guerras y, en nuestro país, en un ambiente preelectoral que está cargado de tensiones.
Se suele decir que esta época se caracteriza por la saturación de información y la polarización. La abundancia de información no quiere decir mayor calidad ni mayor acercamiento a la verdad, como vimos en la columna de octubre. Y la polarización se está metiendo en nuestras vidas de modo gradual, a pesar de que no faltan críticas a las posiciones extremas… de la otra parte.
Según la Real Académica Española, le palabra “polarizar” tiene origen en la física: restringir en una dirección las vibraciones de una onda transversal. De ahí que signifique concentrar la atención o el ánimo en algo. Esta concentración lleva a tensar las diferencias y a un proceso de alineamiento, fundamentalmente en las fuerzas políticas.
Se trata de un fenómeno en aumento sostenido. Por ejemplo, en España, según el Centro de Investigaciones Sociológicas (CIS), en julio de 2000 un 8 % de los españoles se identificaba con posiciones ideológicas extremas. En julio de 2022 eran algo más del 20 %, es decir, se multiplicaron por 2,5. No tengo datos objetivos sobre Uruguay, pero la sensación térmica es que puede haber un crecimiento similar.
Una posible explicación de este fenómeno es que la política se está metiendo en todo. Muchas personas piensan que la política es capaz de arreglarlo todo o, en el extremo opuesto, que es la causa de todos los males: la cultura se subordina a las políticas culturales, la educación a las políticas educativas, etc. En cierto sentido está bien, pero el error consiste en que, en lugar de hacer mejores políticas educativas y culturales, lo que se hace es politizar la educación y la cultura, algo radicalmente diferente y nocivo. La política invadió demasiados ámbitos de lo social… y los contaminó, porque se entiende la política en un sentido de corto plazo y utilitarista. Es una política que no busca alcanzar los mejores resultados para el bien común, sino defender intereses corporativos y ganar las próximas elecciones.
Como sacerdote, me preocupa que también en la Iglesia se corra el riesgo de la polarización. Porque los cristianos somos ciudadanos como los demás, situados en la historia, en un país y una sociedad concretos. No vivimos —no deberíamos vivir— desinteresados de lo que pasa a nuestro alrededor, de las corrientes a veces profundas, otras veces superficiales y frívolas que influyen en nuestra vida diaria.
Todos somos seres políticos, en el sentido aristotélico, es decir, relacionales. Este relacionarnos es un proceso sustantivo de cada persona y se articula de diversas formas. Por eso, hablar de polarización es también reflexionar sobre la construcción de nuestras identidades. Y, en este sentido, el efecto de fondo de la polarización es que se están configurando identidades con el criterio “amigo-enemigo” de Carl Schmitt (El concepto de lo político, Alianza Editorial, Madrid, 1999, p. 60). La identidad es una de las mayores fuerzas movilizadoras del ser humano y pocas veces responde a razones intelectuales, sino más bien a nuestras emociones primarias.
Dicen los que saben que hay hasta tres tipos de polarización. La ideológica, sobre la que no hay mucho que explicar en esta columna. La afectiva, que en Estados Unidos suele estar vinculada a sentimientos negativos hacia los otros, mientras en los países latinos está más unida a sentimientos positivos, hacia lo nuestro. Y, en tercer lugar, la polarización cotidiana, que es la que vemos crecer como consecuencia de las dos primeras.
Sin duda tienen mucha responsabilidad los políticos que desarrollan una política ideológica, cargada de una voluntad de poder que se configura como una identidad que determina la marcha de las sociedades. También puede influir que la economía de mercado, junto con todas sus ventajas reconocidas y experimentadas, presenta algunos resortes que —mal entendidos o mal aplicados— pueden tender a tensar la cuerda.
Pero, sobre todo, los medios de comunicación se han convertido en los superconductores de esta polarización social en la medida en que ponen en escena la polarización ideológica como forma de espectáculo. Los medios de información tienen responsabilidad también en la medida en que se convierten en brazos ejecutores de esa polarización política, al servicio de los agentes primeros de la polarización.
Para fomentar una mirada amplia, es saludable adoptar una actitud crítica ante los medios. Todos corremos el riesgo de una saturación de información indigesta y sesgada. Conviene buscar fuentes (informativas y de análisis) confiables y rigurosas, conociendo las agendas de los distintos medios para matizar lo que sea necesario. También debemos ser conscientes de que hay muchas noticias complejas sobre las que es prudente esperar para opinar, ya que responden a ciclos que duran varios días y no es bueno precipitarse lanzando opiniones tajantes. La paciencia es buena consejera. En las redacciones periodísticas de prestigio circulaba un dicho: “Si tenés mucho tiempo, leé el diario; si tenés menos tiempo, leé revistas; si tenés muy poco tiempo, leé un libro”. Actualmente las redes sociales no son fuentes fiables de información y la precipitación no permite llegar a juicios ponderados.
Volviendo a la Navidad: la actitud polarizada es lo opuesto al cristianismo, porque pone en duda la buena intención del otro, crea una mentalidad binaria, no unitiva, está guiada por emociones que empujan a dividir políticos y personas comunes en hinchadas futbolísticas opuestas. Nos aleja del horizonte de lo que es esencial, el bien común, para buscar tener razón en una discusión. Un buen propósito para el nuevo año puede ser seleccionar mejor nuestras fuentes informativas y ponderar las opiniones de modo de bajar decibeles en el diálogo social, procurando transformar la polarización en colaboración.

BÚSQUEDA DE LA VERDAD: ¿VENCER O CONVENCER?

 

 por Mons. Carlos González Saracho
 Artículo aparecido en la revista HACER EMPRESA en octubre de 2023

 

¿Qué es la verdad?» (Quid est veritas?): después de dos mil años todavía resuena esta pregunta que le hizo Poncio Pilato a Jesús en la dramática conversación durante el juicio. Una pregunta que no deja de exigir respuesta de cada uno de nosotros. Al mismo tiempo, la pregunta también da luz para evaluar nuestras relaciones y a la sociedad en su conjunto, en un mundo que invoca la verdad pero que vive de mentiras, y donde la verdad es decidida por unos pocos e impuesta sin verificarlas con los hechos.

En un importante documento sobre la dignidad humana, el Concilio Vaticano II recordó: “todos los hombres, conforme a su dignidad, por ser personas, se ven impulsados, por su misma naturaleza, a buscar la verdad y, además, tienen la obligación moral de hacerlo. Están obligados también a adherirse a la verdad una vez que la han conocido y a ordenar toda su vida según sus exigencias” (Dignitatis Humanae, n.o 2). Este deber natural muchas veces viene descuidado por comodidad, miedo al compromiso o egoísmo.

Por otra parte, en las relaciones interpersonales y concretamente en las redes sociales, nos encontramos con un obstáculo creciente para llegar a la verdad: la polarización. Ya en 1990 Mike Godwin había enunciado un principio que se popularizó luego como “ley de Godwin”: a medida que una discusión en línea se alarga, la probabilidad de que aparezca una comparación en la que se mencione a Hitler o a los nazis tiende a crecer. Entonces el diálogo se cierra y se pasa a la discusión violenta.

EN LAS RELACIONES INTERPERSONALES Y CONCRETAMENTE EN LAS REDES SOCIALES, NOS ENCONTRAMOS CON UN OBSTÁCULO CRECIENTE PARA LLEGAR A LA VERDAD: LA POLARIZACIÓN.

Nuestra experiencia en redes sociales nos demuestra cómo la guerra de comentarios llega a ser increíblemente tóxica y se polariza de modo irreversible. Se abandonan los argumentos y comienzan los insultos. A continuación, sugiero algunas pautas que pueden ayudar a tener diálogos más saludables.

1. SER LO MÁS PRECISOS POSIBLE EN NUESTRAS FRASES
La falta de claridad convierte las conversaciones en una especie de teléfono descompuesto. Hay que intentar traducir nuestra idea sin expresiones faciales, sin tono de voz, solo con palabras. Y la otra persona debe leer nuestras palabras y entender lo que significan; y, sobre todo, entender lo que queremos decir con esas palabras. La falta de claridad es fuente de muchos malentendidos y de que se eleve el tono de las conversaciones. Conviene esforzarse por ser lo más claro que podamos, sin suposiciones, sin subtexto, matizando oportunamente las frases tajantes.

2. NO DEBATIR DE SEMÁNTICA
A menudo ocurre que alguien hace una declaración y luego recibe críticas sobre la forma en que usó una de las palabras, y no sobre la sustancia del argumento. Con lo cual el diálogo continúa sobre el significado de esas palabras, en lugar del argumento de fondo que esas palabras supuestamente deberían representar. A veces las discusiones sobre temas económicos se simplifican en capitalismo versus socialismo, en lugar de tratar sobre las situaciones que dieron origen al diálogo. Como estos debates semánticos son generalmente infructuosos, vale la pena dirigir la conversación hacia temas más sustantivos.

3. HABLAR DE IDEAS, NO DE PERSONAS
Un defecto análogo, pero más grave y común que los debates estériles sobre semántica, es comenzar dialogando sobre ideas y terminar discutiendo sobre personas, lo que causa más problemas que los que resuelve. Esto se agrava rápidamente cuando el asunto se centra agresivamente en referencias directas a los participantes. Es muy distinto escribir “no comparto esa idea” que decir “estás equivocado”: en este último caso desviamos el enfoque de lo importante y podemos lastimar sin necesidad a la otra persona, crear resentimientos y, como es lógico, dificultar que acepte nuestros argumentos.

UN DEFECTO COMÚN EN LOS DEBATES ESTÉRILES SOBRE SEMÁNTICA, ES COMENZAR DIALOGANDO SOBRE IDEAS Y TERMINAR DISCUTIENDO SOBRE PERSONAS, LO QUE CAUSA MÁS PROBLEMAS QUE LOS QUE RESUELVE.

4. TENER CLARO CUÁL ES NUESTRA POSICIÓN Y PROCURAR ENTENDER CUÁLES SON LAS RAZONES DE LA OTRA PARTE
Está relacionado con el primer punto sobre la precisión. Si no somos claros es fácil para otras personas asumir que nuestro argumento es débil; y viceversa cuando ellos no son claros. En este sentido los mejores debates se dan cuando ambas partes se esfuerzan por ponderar, elevar, la posición de su oponente. Recuerdo con admiración algunos diálogos de este tipo. Concretamente dos del Cardenal Ratzinger (luego Benedicto XVI): uno con el entonces presidente del Senado italiano, el filósofo ateo Marcelo Pera, sobre la situación de Europa, que dio origen al libro Sin raíces (Ed. Península, 2015). Otro con el filósofo ateo Jürgen Habermas, que también fue publicado posteriormente: Dialéctica de la secularización. Sobre la razón y la religión (Ed. Encuentro, 2006). Un ejercicio útil es desafiarse a sí mismo para ver cómo expresar con mis palabras y razones el argumento de la otra parte.

5. NO CONTESTAR A LOS TROLLS
Es decir, a esas personas anónimas que publican mensajes provocadores con la intención de molestar o insultar. En general se ve rápidamente cuando alguien está participando con buena fe o no. Si notamos que la intención es meramente provocadora, es mejor no intervenir, porque nada de valor saldrá de esa discusión

6. SER CONCISO Y REVISAR LO QUE ESCRIBIMOS
Por último, ser conciso con el fin de comprobar que se entiende bien y expresa nuestra opinión. También está relacionado con lo que dije en el primer punto. Evidentemente, la aceleración de la sociedad actual nos lleva a apretar “enviar” apenas escribimos nuestra respuesta, que muchas veces puede estar condimentada con el enojo o la indignación. No hay mejor inversión de tiempo que releer lo escrito con serenidad.

Estas pautas se pueden aplicar no solamente a las redes sociales, sino también en el trabajo, con amigos o familiares. Tocqueville se dio cuenta de que las sociedades que mejoraban eran las que imitaban con esfuerzo lo superior. Mientras que en las sociedades decadentes se copiaba lo más bajo. La actual dinámica de las redes sociales parece ir en este segundo sentido. Cada uno puede hacer una buena contribución a la sociedad interviniendo en nuestros ámbitos levantando el nivel del diálogo con mente abierta y buscando no vencer sino convencer, ya que es más importante llegar a la verdad que tener razón a toda costa.

¿LA IA PODRÍA SER DESHONESTA?

 por Mons. Carlos González Saracho
 Artículo aparecido en la revista HACER EMPRESA en agosto de 2023


 

 La reciente película Oppenheimer ha recordado algo inquietante: que, hace 80 años, cuando J. Robert Oppenheimer dirigió el trabajo para las primeras armas de destrucción masiva, nadie había visto nunca una bomba destruir ciudades enteras. Después de que esto ocurrió, Oppenheimer comenzó a trabajar para reducir la amenaza de un daño planetario. Obviamente, era tarde. Utilizó su posición y prestigio para insistir en el control internacional del poder nuclear, evitar la proliferación de armamento nuclear y frenar la carrera armamentística entre las dos superpotencias. Lo hizo con tanta vehemencia que le acabaron retirando sus pases de seguridad y el acceso a documentos militares.

Actualmente, ante el futuro polémico de la IA ¿es posible evitar el error de Oppenheimer? ¿Es exagerado comparar las armas de destrucción masiva con la IA? Evidentemente, hay diferencias iniciales notables: las armas son destructivas y desplegadas por Estados-nación. La IA, en principio, tiene fines constructivos y desarrollada por privados. La IA y, concretamente la inteligencia artificial fuerte o IAF —también conocida como inteligencia artificial generativa o IAG— iguala y excederá la inteligencia humana promedio, imitando la memoria, la lógica y el razonamiento a velocidades de milisegundos.

Pero quizá no es aventurado plantear la posibilidad de que la IA podría desviarse de forma deshonesta a escala incluso mayor que la de las armas de destrucción masiva. ¿Por qué? Porque la IA puede amplificar a gran velocidad no solo lo bueno, sino también lo malo en los humanos a gran velocidad. Esto nos lleva a plantear la necesidad de regular, no de prohibir. Pero ¿quién regulará lo suficientemente bien antes de que sea demasiado tarde?


ACTUALMENTE, ANTE EL FUTURO POLÉMICO DE LA IA ¿ES POSIBLE EVITAR EL ERROR DE OPPENHEIMER? ¿ES EXAGERADO COMPARAR LAS ARMAS DE DESTRUCCIÓN MASIVA CON LA IA?



En febrero de 2020 la Pontificia Academia de la Vida dedicó su Asamblea anual en el Vaticano para reflexionar sobre la Inteligencia Artificial en tres ámbitos: ética, derecho y salud, con el fin de que la ética de la IA ponga la dignidad de los humanos en primer lugar. Se clausuró el encuentro con la firma del “Llamado de Roma por la Ética de la Inteligencia Artificial” (Rome Call for AI Ethics). Participaron de la firma de este documento, aprobado por el papa Francisco, la Academia Pontificia para la Vida, Microsoft, IBM, la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO) y el gobierno italiano. El texto se puede consultar en el sitio web del Vaticano.

Posteriormente, IBM y Microsoft introdujeron modificaciones en sus respectivos equipos de IA ética que traicionaban el espíritu de los compromisos firmados. Recientemente, y debido a algunas reacciones de protesta, ambas empresas están procurando volver tímidamente a lo firmado en 2020. El “Llamado de Roma” no se basó en una corazonada sentimental sobre la extralimitación tecnológica, sino en la convicción de que la tecnología, esclavizada por sí misma, no solo por sus herramientas, puede poner —y de hecho está poniendo— a la humanidad, a la persona humana, en último lugar.

El mismo Bill Gates llegó a decir: “Los humanos también cometen errores. ¿Qué pasa si entran en conflicto con los intereses de la humanidad? ¿Deberíamos prevenir una IA fuerte?… Estas preguntas se volverán más apremiantes con el tiempo”.

A finales de julio, el gobierno de los Estados Unidos llegó a unos acuerdos con Microsoft, Alphabet, Meta Platforms, Amazon, Anthropic, Inflection y OpenAI. Se logró consenso en tres puntos: revelar qué contenidos son generados con inteligencia artificial, transparencia de resultados y garantías de seguridad. En agosto la Santa Sede informó que el papa hablará de inteligencia artificial en su mensaje para la próxima Jornada Mundial de la Paz.

Por otra parte, la IA no se está expandiendo: está explotando. En el siglo XXI, la investigación en IA creció un 600 %. Si no admitimos que, a pesar de nuestras buenas intenciones, somos imperfectos, seguiremos acelerados y, a no ser que incorporemos rápidamente algunos “cortafuegos” o alertas, la IA deshonesta es una cuestión de “cuándo”, no de “si”.


LA IA NO SE ESTÁ EXPANDIENDO: ESTÁ EXPLOTANDO Y LA IA DESHONESTA ES UNA CUESTIÓN DE “CUÁNDO”, NO DE “SI”.


Esto nos lleva a examinarnos y a algunas consideraciones de nivel más personal, familiar y educativo y empresarial. Hace unas semanas con varios amigos hablamos sobre las capacidades sorprendentes de la IA y nos planteamos qué es lo que los humanos podemos hacer siempre mejor que la IA. Después de muchas vueltas y con las simplificaciones propias de un intercambio distendido, el consenso fue: amar. En su brevedad puede sonar cursi. Pero tiene sentido, ya que la IA podrá redactar poesías y frases cariñosas, pero nunca será capaz de transmitir los afectos, o al menos no lo podrá hacer con la misma vitalidad y empatía, con la que lo hacemos los seres humanos. Podrá “leer” nuestros sentimientos, pero no experimentar esa vivencia única de cariño y ternura por alguien.

Evidentemente la IA irá superando nuestras capacidades racionales, de pensamiento y de conocimientos. Incluso en varios aspectos de la creatividad. Pero no parece que pueda superarnos en las expresiones de afecto. Es una clara invitación a que seamos conscientes del gran poder que tenemos para tratar bien a los demás, a ser sensibles para no lastimar a nadie ni hacerlos sentir mal. Es la oportunidad de acrecentar el valor de la dignidad humana y de cuidar el trato respetuoso y empático. Procurando tener más desarrollada la habilidad de ponernos en el lugar del otro y a ser capaces de detectar lo que se está sintiendo a consecuencia de lo que nosotros decimos o hacemos.

En el fondo, como dijo el cardenal Ratzinger en 1980, en un discurso a la Universidad de Salzburgo, la solución del problema o, mejor dicho, la manera de enfocar la IA y otros avances está en distinguir: “Poder hacer es una cosa; poder ser es otra bien distinta. El poder hacer no sirve para nada si no sabemos para qué hemos de utilizarlo, si no nos interrogamos acerca de nuestra propia esencia y acerca de la verdad de las cosas”. Si valoramos únicamente lo que sirve para “poder hacer” algo, somos cortos de vista, porque descuidamos la meta, nuestra auténtica vocación: buscar la verdad.

Y para buscar la verdad se requiere humildad, en reconocer nuestros límites y para estar abiertos al infinito, “una apertura que no tiene nada que ver con la credulidad; exige por el contrario la autocrítica más consciente. Es mucho más abierta y crítica que la misma limitación del empírico, cuando el hombre hace de su voluntad de dominio el último criterio de conocimiento” (J. Ratzinger, Mirar a Cristo, Edicep, 2005, p. 26).

VIDA INTELECTUAL: FLEXIBILIDAD Y CERTEZAS

 

 por Mons. Carlos González Saracho
 Artículo aparecido en la revista HACER EMPRESA en junio de 2023

En los comienzos del siglo XX, a Albert Einstein lo consideraban un fracasado en el posgrado de Física y no fue capaz de encontrar trabajo como docente o investigador en la universidad. Tuvo que trabajar siete años en una oficina de patentes. Pero, en su tiempo libre, escribió artículos sobre el efecto fotoeléctrico, el movimiento browniano y la teoría de la relatividad espacial, trabajos que dieron un vuelco a la Física. Después de recibir el Premio Nobel, describía la oficina de patentes como “ese espacio reservado en el que brotaron mis más hermosas ideas”.

Esta anécdota me recordó la La vida intelectual, un ensayo del filósofo y teólogo francés A. G. Sertillanges (1863-1948), sobre la tarea intelectual, basado en el pensamiento de Aristóteles y de Tomas de Aquino, publicado en 1942 y con muchas reediciones, porque es un texto muy aprovechable no solo para quienes hacen del conocimiento su profesión, sino también para quienes desean tener un “espacio” intelectual, compatible con otros trabajos.

Sertillanges insiste en que la construcción intelectual exige poner unos cimientos sólidos, conocer nuestras propias limitaciones: “¿Quieres hacer obra intelectual? Empieza por crear dentro de ti una zona de silencio, un hábito de recogimiento, una voluntad de desprendimiento, de desapego, que te haga disponible por entero para esa obra. Adquiere ese estado de ánimo, libre del peso del deseo y de la propia voluntad, que constituye el estado de gracia del intelectual. Sin ello, no harás nada o, al menos, nada que valga la pena”. Toda construcción (como la de un edificio) debe partir de un plan y, en este caso, es la búsqueda de la verdad, actitud básica de la vida intelectual. En el libro, muy bien escrito, abundan consejos útiles como la necesidad de dedicar un tiempo al día a la tarea de pensar, la constancia en el horario, el requisito del silencio, la escritura, etc., que forman hábitos que nos predisponen a la verdad.

SERTILLANGES INSISTE EN QUE LA CONSTRUCCIÓN INTELECTUAL EXIGE PONER UNOS CIMIENTOS SÓLIDOS, CONOCER NUESTRAS PROPIAS LIMITACIONES.

Años después, en 1951, el filósofo francés Jean Guitton publicó El trabajo intelectual, del que existe una reedición en 2022 de Rialp. Esta obra fue pensada inicialmente para los estudiantes, pero también se dirige a los que, con muchas ocupaciones, no quieren renunciar a leer, escribir y pensar. Guitton propone modos de potenciar la propia preparación intelectual y la concentración, animando a alternar el descanso y el esfuerzo, y orientando al lector a expresarse con estilo y construirse sólidamente mediante la lectura.

Ambos libros combaten el prejuicio de que la vida intelectual sea exclusiva para unas minorías o consecuencias de un alto nivel económico. En realidad, la vida intelectual es fruto de un interés por el mundo y, sobre todo, de buscar continuamente el sentido de las cosas, lo que requiere constancia porque implica entrar en conflicto con la tendencia natural a una vida cómoda. Actualmente hay iniciativas inspiradas por estos principios o por esta inquietud vital de buscar la verdad. Una de las más interesantes es la de Zena Hitz, Ph.D. de Princeton, profesora de varias universidades norteamericanas y responsable del Proyecto Catherine, una especie de programa de tutorías en humanidades al estilo de los grandes libros de Oxford. Recomiendo visitar su página web. En 2022, Editorial Encuentro publicó su libro: Pensativos: los placeres ocultos de la vida intelectual en el que invita a la búsqueda de la verdad y del sentido de lo humano, en la línea de libro de Sertillanges, al que cita oportunamente. Pone el ejemplo de Einstein mencionado al comienzo de este artículo, y ofrece otros argumentos, imágenes e historias que demuestran la necesidad de los bienes intelectuales, el ocio, la contemplación, el aprendizaje, más allá de las enseñanzas destinadas a la utilidad y a la preparación profesional.

LA VIDA INTELECTUAL ES FRUTO DE UN INTERÉS POR EL MUNDO Y, SOBRE TODO, DE BUSCAR CONTINUAMENTE EL SENTIDO DE LAS COSAS, LO QUE REQUIERE CONSTANCIA PORQUE IMPLICA ENTRAR EN CONFLICTO CON LA TENDENCIA NATURAL A UNA VIDA CÓMODA.

Lo que pretenden estos y otros autores es romper con esas dinámicas utilitarias y excesivamente pragmáticas dominantes de la sociedad, para ayudar al lector a saborear lo que significa la vida intelectual como forma de cultivar la vida interior de una persona, un lugar de retiro y reflexión. Si se consigue, se descubre que la vida intelectual es una fuente de dignidad y abre un espacio a la comprensión y a la solidaridad entre todos. Y, algo muy importante, también ofrece una plataforma crítica ante los mecanismos de subordinación y de alienación a los que todos estamos expuestos.

Una de las consecuencias, y a la vez requisito imprescindible de la vida intelectual y de la búsqueda de la verdad, es el equilibrio entre dos actitudes complementarias, aparentemente contradictorias: flexibilidad y certezas. La flexibilidad intelectual se requiere para estar abiertos y dispuestos a cambiar la mente cuando recibimos nuevos datos y argumentos. Y la firmeza en las convicciones es particularmente necesaria, porque vivimos en una sociedad que nos inunda de ideas banales y que, paradójicamente, es alérgica al dogmatismo, lo que nos lleva a caer en la sospecha permanente, de la que ya nos advirtió G. K. Chesterton: “Corremos el riesgo de concebir una raza humana que no se atreva a creer ni en las tablas aritméticas”.

Hay gente que piensa que los cambios de opinión tienen un valor en sí mismos, como si no fuera posible llegar a algunas certezas. Un cambio de opinión tiene valor en cuanto sirve para ajustar mejor mis puntos de vista a la realidad. Es peligroso endiosar las dudas y condenar las certezas: si tenemos las primeras es porque deberíamos querer llegar a las segundas. Por supuesto que es necesario dudar de uno mismo y esto hace avanzar el conocimiento: pero es un punto de partida, no de llegada. Hay que desprenderse de estereotipos y de medias y falsas verdades, pero sin olvidar que hay un final del camino, un propósito. Si todo valiera lo mismo, si no pudiera conocerse la verdad, no tendrían sentido la investigación, la ciencia, la filosofía. Lo que hace que una persona sea dogmática —en el sentido de presentar como innegable algo que es discutible— no es la búsqueda de la verdad, sino la autocomplacencia acrítica o irreflexiva en los propios juicios, de lo que nadie está libre. Como escribió Ralph Waldo Emerson: “La madurez es la edad en que uno ya no se deja engañar por sí mismo”.

 

“La madurez es la edad en que uno ya no se deja engañar por sí mismo”.

 

En agosto de 2022 el título de esta columna en Hacer Empresa era una frase de Quinto Curcio Rufo: “Los ríos más profundos son siempre los más silenciosos”. Decía allí algo aplicable a la vida intelectual: la madurez y el aplomo requieren cultivar espacios interiores de serenidad, para hacer más profundo nuestro trabajo, descubrir su dimensión de eternidad, no perder la dimensión amplia de la realidad, entablar relaciones fluidas con nuestros colaboradores, etc.