Por Carlos González Saracho
Artículo aparecido en la revista Hacer Empresa, agosto, 2024
En muchas áreas existen fórmulas para resolver problemas. Pero parece imposible llegar a una fórmula para conseguir la felicidad. El instituto Harvard Study of Adult Development intentó una aproximación observando durante más de 80 años la vida de un número elevado de estadounidenses, y preguntando a los protagonistas qué felices se sentían en cada momento. El proyecto nació en 1938, cuando un profesor de Harvard comenzó a observar a un grupo de alumnos de esa universidad, por lo general de clase media y alta. Al mismo tiempo, un abogado y una trabajadora social se propusieron estudiar cómo se desarrollaban en el tiempo las vidas de cientos de adolescentes de los barrios más marginales de Boston.
Unos años más tarde, ambos proyectos se unieron en uno. Entrevistaron periódicamente a cada una de las personas estudiadas y a sus parientes, hasta llegar a un total de 2000 personas. Al anotar los datos más evidentes (estudios, trabajo, matrimonio, hijos), los investigadores iban creando algo así como un historial de la felicidad, porque añadían preguntas sobre su satisfacción con la vida en ese momento. Los actuales directores del proyecto, Robert Waldinger y Marc Schulz, recogieron los principales resultados en el libro Una buena vida. El mayor estudio mundial para responder a la pregunta más importante de todas: ¿qué nos hace felices? (Planeta, 2023).
Llegaron a la conclusión de que la clave para alcanzar una vida feliz consiste en contar con una red de “verdaderas relaciones personales”. La fuerza del libro consiste en que demuestra con datos experimentales la verdad de dos afirmaciones sencillas, pero que a veces olvidamos.
Llegaron a la conclusión de que la clave para alcanzar una vida feliz consiste en contar con una red de “verdaderas relaciones personales”.
En primer lugar, que ni el éxito profesional ni el dinero ni la comodidad de las circunstancias personales son, por sí mismos, buenos predictores de si alguien alcanzará una vida lograda. En segundo lugar, que la felicidad permanece cuando se ha construido con materiales sólidos. Esto es precisamente lo que quieren decir con el adjetivo “verdaderas” aplicado a las relaciones personales.
El libro abunda en historias de personas que, en contextos muy difíciles, han sabido apoyarse en otras y lograron ser felices. Y, al contrario, incluye otras que parten de situaciones favorables, pero tomaron un camino de aislamiento e infelicidad. Los autores lo explican porque las relaciones sólidas, cultivadas con paciencia y generosidad, funcionaron como “reguladoras de la adversidad”. Ante los golpes de la vida salieron adelante, incluso muchas veces vieron su felicidad reforzada.
De entre todas las relaciones, los autores destacan las familiares. Una gran mayoría de los entrevistados, sobre todo cuando ya eran ancianos, reconocían que su matrimonio y sus hijos habían sido, para bien o para mal, lo que había determinado su felicidad. Llama particularmente la atención la cantidad de crisis matrimoniales superadas gracias al esfuerzo —comprensión, paciencia— de una de las partes. Esto es algo que personalmente puedo confirmar por mi experiencia de sacerdote y de acompañamiento espiritual a personas casadas.
El estudio menciona también que las relaciones que dan mayor consistencia son las marcadas, de una u otra forma, por el servicio a otros. Los testimonios reconocen que ser feliz no se trata simplemente de vivir con los demás, en el sentido de mantener una red social activa, sino sobre todo de vivir para los demás. Y la familia, otra vez, aparece como el ámbito más adecuado para esto.
Ni el éxito profesional ni el dinero ni la comodidad de las circunstancias personales son, por sí mismos, buenos predictores de si alguien alcanzará una vida lograda.
También se demuestra la importancia de detenerse para evaluar la propia vida. Muchos de los entrevistados manifestaron que el participar en la investigación les había ayudado a reflexionar sobre cómo estaban construyendo su felicidad y la de su familia, algo que no hubieran hecho si no fuera por la investigación.
Por último, en varios testimonios se confirma que las vidas con más y mejores relaciones suelen estar animadas por un “impulso moral”, la búsqueda de un propósito vital que dé sentido a los sacrificios y crisis que van llegando.
Los autores de Una buena vida apenas mencionan las creencias religiosas de las personas estudiadas, pero otras investigaciones han demostrado una relación entre la religiosidad y algunos indicadores de la felicidad. Ya hace años, el neurólogo y psiquiatra judío, Víctor Frankl, sobreviviente de los campos de concentración nazis, enseñó que la felicidad es consecuencia de una vida con sentido, de una plenitud interior que no se ve aplastada por los factores externos, por más duros que sean. Y el sentido lo da un amor grande, valores altos por los que vivir y una vida espiritual.
Actualmente, uno de los mayores expertos en este campo es Tyler VanderWeele, catedrático, también de la Universidad de Harvard, donde dirige el Human Flourishing Program y la Initiative on Health, Spirituality and Religion. El experto busca fundamentar con métodos científicos una “teoría de la felicidad”.
En una investigación publicada hace dos años en la revista International Journal of Epidemiology, VanderWeele —junto a otros dos autores— analizó la relación estadística entre la asistencia a servicios religiosos y diferentes aspectos de la salud: problemas físicos, psicológicos, conductas de riesgo (como alcoholismo, tabaquismo o falta de sueño) o bienestar psicológico (satisfacción vital, integración social, sentido en la vida). Siguieron durante varios años la religiosidad y la salud de tres grupos diferentes: uno de jóvenes, otro de adultos y otro de ancianos. El estudio encontró una relación positiva entre vida religiosa y salud física: menos mortalidad, por ejemplo, entre los que acudían con regularidad a la iglesia que entre los que no. Pero los efectos más significativos se daban en el campo de los comportamientos de riesgo —mucha menos frecuencia en el abuso del alcohol entre las personas practicantes— y la salud mental: menos posibilidad de sufrir cuadros depresivos o de sentirse solos; más satisfacción vital, afectividad positiva e integración social.
En Vuelo nocturno y en Ciudadela, Antoine de Saint-Exupéry repite varias veces que “el hombre es un nudo de relaciones”, con Dios, la familia, los amigos, la patria, los valores. Nunca se llegará a una fórmula definitiva de la felicidad, válida para todos, pero las dos investigaciones de Harvard permiten concluir que una apuesta segura para conseguirla es cultivar relaciones sociales marcadas por la generosidad y practicar la religión