Eutrapelia: una virtud desconocida y necesaria (Un homenaje al querido Prof. Luis Manuel Calleja)


  •  Al cumplirse el quinto aniversario de la muerte de Luis Manuel Calleja, resulta oportuno publicar este artículo escrito por el Vicario regional del Opus Dei, Carlos Ma. González, para la Revista digital del IEEM "Hacer empresa"en agosto de 2020.

     

    A mediados de julio coincidieron en Uruguay tres datos preocupantes, ajenos al COVID-19: se suicida una persona cada 15 horas y nuestro país mantiene el triste récord de este registro en América Latina; hay siete departamentos donde son más las personas que mueren que las que nacen y la población decreció en 13 departamentos; y, ante el drama del sufrimiento de personas en estado terminal, se promueve un proyecto de ley que, en lugar de aliviar el dolor del paciente, propone eliminar al enfermo. A esto se sumó un estudio de dos investigadores de la Universidad de Washington, publicado recientemente en The Lancet, en el que se concluye que a fin de este siglo casi todos los países del mundo tendrán tasas de fecundidad por debajo del nivel de sustitución y 23 países verán su población reducida a la mitad. Estos datos, entre otros puntos, tienen en común un desencanto o desaliento ante la vida, en un contexto de debilitamiento de la familia.

    Los más veteranos recordamos bien cómo, a mediados del siglo pasado, se reconocía casi unánimemente la importancia prioritaria de la familia. De 1946 a 1964 la estabilidad familiar derivó en un crecimiento importante de la población mundial: de allí proviene el término baby boomers para los nacidos en esos años, mayoritariamente pacíficos y de bonanza económica. Sin embargo, los baby boomers modificaron las normas sociales conforme llegaron a la edad adulta. De entre los cambios que esta generación propició muchos fueron objetivamente buenos, otros malos y otros esencialmente ambivalentes o neutros. “Hoy hay más oportunidades que nunca para mujeres, personas de color y otras minorías. Sin embargo, indicadores clave que miden compromiso, confianza y satisfacción públicos —porcentaje de votantes, conocimiento de políticas públicas, fe en que la siguiente generación estará mejor que la actual y respeto a instituciones básicas, especialmente las gubernamentales— están mucho peor que hace 50 años, y en varios casos están en niveles mínimos históricos” (Steven Brill, “How my generation broke America”, TIME 191, 2018). Estimaciones tempranas sugieren que, también —pero no solo— por impulso del COVID-19 y la cuarentena, cientos de miles de matrimonios serán disueltos y millones de seres humanos tendrán problemas de salud mental.

    De entre los cambios que los baby boomers propiciaron muchos fueron objetivamente buenos, otros malos y otros esencialmente ambivalentes o neutros.

    Un aspecto concreto de este cuadro se puede comprobar en el tiempo compartido en familia, que durante la pandemia ha aumentado y que genera frecuentemente una espiral en la que chicos y grandes buscan opciones de diversión individuales, materialistas o pasivas con un impacto negativo. Muchos autores relacionan los actuales modelos familiares y de pareja con el alarmante aumento de las depresiones y trastornos de ansiedad, el extendido abuso de alcohol y drogas por parte de los jóvenes, el aumento de la violencia en las familias y en la sociedad, el incremento de las adicciones y el ascenso del número de suicidios entre las personas jóvenes.

    Aunque es evidente que las causas son múltiples y profundas, especialmente vinculadas con la ausencia de sentido trascendente de la existencia humana, me gustaría comentar una virtud marginal poco frecuentada, que contribuye a saber disfrutar más de la vida y que el querido profesor Luis Manuel (Luisma) Calleja vivía de modo conmovedor y sacrificado: la eutrapelia. Deriva del griego εὐτραπελία y su traducción es “broma amable”. La Real Academia Española la define como la virtud que modera el exceso de las diversiones o entretenimientos. También es el donaire o jocosidad urbana e inofensiva. Y el juego u ocupación inocente, que se toma por vía de recreación honesta con templanza. Aristóteles la define como una “virtud que regula el descanso divertido”: no cualquier reposo —como el dormir o no hacer nada—, sino el que implica diversión, convivir amablemente. Un espacio ideal para desarrollar la virtud de la eutrapelia es la familia, viviendo el ocio familiar con experiencias que equilibren la balanza de vida en los hijos para afrontar el consumismo actual. A continuación, presento algunos datos recogidos por Marisol Navarro Palacios en un reciente e interesante trabajo de fin de máster, en la Universidad de Navarra.

    Los investigadores estadounidenses Beverly L. Driver y Donald H. Bruns en su trabajo Concepts and uses of the benefits approach to leisure, analizan los beneficios individuales de vivir el ocio apropiadamente y los agrupan en psicológicos y psicofisiológicos. A continuación, hago un elenco de los más importantes: mejor salud mental y mantenimiento de la misma, manejo del estrés, catarsis: canalización de la agresividad; prevención y reducción de la depresión, la ansiedad y la irritabilidad; desarrollo y crecimiento personal; autoconfianza, independencia; mejoramiento académico y cognitivo; sentido de control sobre la propia vida; aumento de la creatividad, adaptabilidad ante el cambio; resolución de problemas, aprendizaje y conocimiento natural, cultural e histórico, etc. Todas virtudes que Luisma vivía de modo natural.

    Como primer núcleo de las personas que la conforman, la familia es el lugar natural para desarrollar la madurez personal y social. Difícilmente podría haber una familia unida en la que sus miembros sean egoístas o, sencillamente, despreocupados en relación con el bien de los demás. La virtud de la eutrapelia genera que los integrantes de una familia deseen libremente divertirse entre sí, acrecentado su satisfacción y amistad familiar, y superando la natural tendencia al individualismo.

    Me gustaría comentar una virtud marginal poco frecuentada, que contribuye a saber disfrutar más de la vida y que el querido profesor Luis Manuel (Luisma) Calleja vivía de modo conmovedor y sacrificado: la eutrapelia.

    El Dr. Fernando Sarráis en su obra Familia en armonía propone seis consejos prácticos para tener un matrimonio feliz: evitar el egoísmo, mantener la admiración mutua, practicar una buena comunicación, compartir grandes ilusiones y proyectos, hacer del hogar un lugar agradable, cuidar la salud física. La vivencia de la eutrapelia en familia está relacionada con al menos cuatro (y podría argumentarse que con los seis) consejos citados por este autor: el ocio familiar es un escenario para establecer un canal de comunicación en la pareja, implica un tiempo dedicado a cumplir ilusiones, genera un ambiente agradable e incide positivamente en la salud mental y física.

    Pero, evidentemente, no es fácil vivirlo. En su obra Educar en el ocio y el tiempo libre, Garrido Gil describe omisiones importantes que se presentan frecuentemente en millones de hogares en todo el mundo: padres que conciben el tiempo libre como “su” tiempo, ensimismándose en los fines de semana y otros momentos de esparcimiento, generando así dinámicas dañinas tanto en la pareja como en los hijos —que terminan rindiéndose ante la ociosidad—. “No podemos educar a nuestros hijos de lunes a viernes y luego, el fin de semana, tomarnos un descansito”.

    El psicólogo estadounidense Howard Gardner ha estudiado por décadas el vínculo entre el juego y la inteligencia. Desde la publicación de su obra Estructuras de la mente: la teoría de las inteligencias múltiples en 1983, el catedrático de la Universidad de Harvard presentó una categorización de ocho tipos de inteligencia y qué tipos de juego pueden ayudar a trabajarlas: 1. Inteligencia lingüística: contar, inventar, dramatizar cuentos; hacer juegos de memoria y de palabras; adivinanzas y rompecabezas; etc. 2. Inteligencia lógico-matemática: juegos de estrategia, ajedrez, construcciones con figuras geométricas, etc. 3. Inteligencia naturalista-científica: realizar experimentos sencillos físicos o químicos, usar el microscopio, coleccionar hojas, minerales, etc. 4. Inteligencia artístico-espacial: realizar manualidades con arcilla, plastilina, pintar, dibujar, colorear, hacer fotos. 5. Inteligencia musical: practicar y ensayar con instrumentos, cantar y bailar, jugar a identificar sonidos musicales o piezas de música. 6. Inteligencia físico-corporal: practicar deportes, hacer teatro, disfrazarse, etc. 7. Inteligencia creativa: desarmar un reloj viejo, inflar globos, calcar mapas, hacer mapas, esconder algo en la casa y tratar de que lo encuentren, cocinar, hacer mímica de películas, recoger hojas secas y pintarlas, hacer collares con fideos, confeccionar algún disfraz, etc. 8. Inteligencia intra e interpersonal: juegos simbólicos (de cocina, limpieza o medicina, entre otros), juegos de mesa, juegos colectivos (como las escondidas), deportes en equipo y juegos de rol.

    El mundo digital es un gran aliado en la estimulación del ocio familiar: muchas aplicaciones, contenidos y plataformas ayudan a la comunicación, educación e interacción de familiares, tal y como lo han vivido por décadas quienes están alejados de sus familias y lo hemos confirmado en los meses recientes de confinamiento en casa. Me permito compartir algunos consejos prácticos para usar la tecnología como herramienta formativa: ayudar a sancionar las noticias falsas y valorar la verdad; no fomentar el sentimentalismo superficial propiciado por las redes sociales, garantizar y compartir noticias verdaderas y con buen contenido, proporcionar el uso adecuado de Internet (no hay nada mejor que el ejemplo de los padres), dignificar a los medios de comunicación serios, recuperar el valor de la verdad haciendo notar su bondad e importancia.

    Se entiende que año después (San Josemaría Escrivá) escribiera: “Cada vez estoy más persuadido: la felicidad del Cielo es para los que saben ser felices en la tierra» (Forja, 1005). No hay quizá mejor definición del profesor Luisma Calleja, que nos dejó el pasado 15 de julio.

    Durante la guerra civil española, San Josemaría Escrivá pasó cinco meses encerrado en el Consulado de Honduras en Madrid, escapando de la persecución religiosa (en la que fueron asesinados 6500 eclesiásticos). Estaba en la planta baja del edificio, con su hermano menor y cuatro universitarios. Perdió treinta kilos en esos meses. Desde el primer momento creó un clima de aprovechamiento del tiempo, con clases, diálogos culturales y también juegos en los ratos libres. En estos juegos, a veces —cuando veía excesiva competitividad y nerviosismo fruto del encierro— San Josemaría hacía alguna trampa evidente y divertida para que no se perdiera de vista la finalidad última del juego ni el buen humor. Se entiende que año después escribiera: “Cada vez estoy más persuadido: la felicidad del Cielo es para los que saben ser felices en la tierra» (Forja, 1005): no hay quizá mejor definición del profesor Luisma Calleja, que nos dejó el pasado 15 de julio.


  • Horarios en el Santuario a partir de marzo de 2025

    Celebración de la misa

    De lunes a domingos a las 19:30
    Los domingos también a las 12:00

    Exposición del Santísimo Sacramento

    Viernes de 17:30 a 19:20

    Atención sacerdotal

    Lunes a viernes: 17:30 a 19:20
    Sábados: 18:30 a 19:20
    Domingos: 11:30 a 12:00, y de 18:30 a 19:20

    Confesores habituales: 

    Mons. Carlos M. González:

    Sábados: 18:30 A 19:20
    Domingos: 11:30 a 12:00
    Miércoles, jueves y viernes: 17:30 a 19:20


    Pbro. José Luis Vidal

    Domingos: 18:30 A 19:20
    Lunes y martes: 17:30 a 19:20


    Por la mañana de lunes a viernes, el Santuario permanece abierto de 10 a 12.

    Santuario del Señor Resucitado: un abrazo a la comunidad

    Transcribimos a continuación un artículo de Leandro Lía, publicado en el nro. 581 del periódico ENTRE TODOS del 17/5/2025 y reproducido en el sitio de  la Iglesia Católica Uruguaya, icm.org.uy

     

    El particular templo, ubicado sobre Bvar. Artigas y elegido como Iglesia jubilar para este año santo, tiene una realidad diferente a la que se puede encontrar en las parroquias arquidiocesanas. 
     

    Foto de algunos miembros de su comunidad. Fuente: G. García


    Desde el cruce de Bulevar Artigas y Goes, prácticamente al lado de la terminal de Tres Cruces, asoma una imagen que ya, por absoluta costumbre, es característica del paisaje. Un impecable templo, con sus cinco grandes escalones y, encima del ingreso, la ilustración de Cristo pleno, incólume, colmado de gloria.

    Su interior luce absolutamente cuidado. Detrás del altar, destaca una imagen suspendida en el aire. Es precisamente un Cristo resucitado, de abrazos abiertos, que se eleva sobre el presbiterio. La cruz está visible, pero no hay clavos en ella. Cristo, con su vestidura impoluta, está cubierto de dorado, para resaltar su divinidad. Sus brazos extendidos son muestra triunfal de que acoge a todos los fieles que ingresan al templo. Pareciera abrazarlos para colmarlos de su plenitud.

    Esta escultura —representación teológica a cargo del artista Ramón Cuadra Cantera— también encarna el rol del santuario en la comunidad. Porque —ni parroquia ni capilla— este templo ofrece una realidad pastoral distinta, dentro de una zona que también lo es. Es un lugar de tránsito que se transforma en lugar de encuentro. Es una iglesia que parece absorber el ritmo de la ciudad y devolverlo en forma de pausa, en clave de oración.

    Imagen de la escultura del Cristo Resucitado. Fuente: G. García

    La concreción de un anhelo

    La historia del Santuario del Señor Resucitado comenzó a gestarse en los años noventa, cuando el entonces arzobispo de Montevideo, Mons. José Gottardi, impulsó su construcción como un nuevo espacio de fe, en el corazón de nuestra capital y en un lugar de especial significado: a escasos metros del sitio en el que el Juan Pablo II celebró la misa del 1º. de abril de 1987, durante su visita a Uruguay.

    El arquitecto Francisco Collet Lacoste estuvo a cargo del proyecto. Las obras iniciaron en octubre de 1996, pero el camino no fue nada sencillo. Las dificultades económicas retrasaron el proceso, y la inauguración se postergó más allá de lo previsto.

    El 29 de abril de 2001 quedó marcado en el calendario de la comunidad como el día en el que se abrieron las puertas del templo, aunque todavía restaba mucho por hacer: faltaban pisos, trabajos de pintura, algún mobiliario e, incluso, parte de la decoración interior.

    El templo, con su característica fachada, en pleno Tres Cruces. Fuente: G. García

    La celebración inaugural fue presidida por el entonces arzobispo de Montevideo, Mons. Nicolás Cotugno, sucesor de Mons. Gottardi, quien dedicó el templo al Señor Resucitado. Como gesto especial, durante la ceremonia se escuchó un mensaje grabado por el propio san Juan Pablo II, enviado desde Roma para la ocasión.
    Desde aquel momento, la atención pastoral del santuario ha sido confiada a la prelatura del Opus Dei. De hecho, en el templo hay un busto de su fundador, san Josemaría Escrivá.

    Buscar el camino

    La celebración del viernes 2 de mayo es, por demás, especial. La comunidad del santuario está alegre, y cerca de una treintena de fieles ya aguarda media hora antes del inicio de la misa. “Hoy vamos a presentar las reliquias de Jacinto Vera, que van a estar aquí con nosotros. Es un gran privilegio” anticipa el padre Carlos María González (74), quien pertenece a la prelatura y es rector del templo.

    “Si viene alguien para confesarse, hablamos en otro momento”. Advierte el P. González, antes de ingresar a una pequeña habitación, de aproximadamente dos metros por dos metros y medio. “Lamentablemente no tenemos un salón parroquial u otro lugar para reunirnos, las salas de abajo las utiliza Manos Veneguayas”, explica, antes de comenzar a recordar su llamado vocacional y su ingreso en el Opus Dei.

    El P. González se fue del país siendo profesor de finanzas públicas, en la facultad de Ciencias Económicas. Era ayudante de prácticas, profesor adscripto y teórico, y también trabajaba en una empresa lanera. No imaginaba su vida alejada de la práctica profesional.

    El padre Carlos María González, mientras recuerda sus inicios en la comunidad. Fuente: G. García

    “Recuerdo que, cuando estaba en cuarto de liceo en Maturana, solía rezar, iba a misa los domingos, era buen estudiante y comencé a tener una inquietud vocacional. Era normal que a esa edad aparecieran esas preguntas, porque uno tiene que decidir qué estudiar y hacer de su vida. Estaba con esa idea y me planteaba el tema de la fe, incluso veía con buenos ojos a los salesianos porque los quería, pero a la vez sabía que buscaba estudiar y tener una profesión. De igual manera, también quería estudiar teología y fortalecer mi vida espiritual. Pero no veía compatible desarrollarme profesionalmente y ser sacerdote. Cuando conocí al Opus Dei, me permitió vivir la radicalidad del bautismo, con una vida espiritual intensa y con misa diaria. Eso era lo que intuía que quería para mí, pero estando en Roma entendí que quería hacer más y, mientras trabajaba para la curia prelaticia del Opus Dei, aproveché y estudié. Primero terminé el bienio filosófico y el cuadrienio teológico, y luego hice una licenciatura en derecho canónico. Pero seguía esa inquietud, sentía el llamado a estar más disponible para lo que Dios quisiera para mí. Fue una vocación algo tardía, me ordené con 47 años”, complementa el rector del templo.

    A disposición de todos

    Quien acuda al santuario notará con facilidad que es una comunidad, en esencia, heterogénea. Algunos fieles concurren por su afinidad con la espiritualidad de la prelatura. Otros por cercanía geográfica. Varios más, por estar en una ubicación de mucha movilidad y próximo a un centro comercial.

    “Es una iglesia y santuario, pero no parroquia, entonces es muy particular. Lo que me gusta destacar es que estamos viviendo una etapa de iglesias abiertas, y en esa línea este es un templo abierto al barrio. Tenemos un horario de mañana y en la tarde otro horario más generoso, con confesores disponibles. Eso marca un poco la esencia de esta comunidad que, como tal, no es como una parroquia. Tampoco tenemos tanto espacio, y el lugar en el que estamos hace que sea distinta al resto. Me gustaría generar espacios de encuentro, pero no tenemos lugar para que los fieles se reúnan. Somos comunidad en tanto los fieles vienen a las mismas celebraciones, conversan antes y después de las misas, y se conocen entre sí. La identificación del templo es que está siempre a disposición de las personas, donde pueden venir cómodamente a rezar y con el sacramento de la reconciliación como una identificación importante. Es muy reconfortante, porque es un lugar de tránsito en el que, cada día, vienen muchas personas a confesarse y encontrarse con Dios”, afirma el P. González.

    Imagen del interior del santuario, durante una celebración. Fuente: G. García

    En la misma línea, el P. José Luis Vidal (75, ordenado en 1978), destaca su rol como espacio de reconciliación: “Lo que tenemos para ofrecer, además de la celebración eucarística, es la atención para confesiones y la dirección espiritual. Me ocupo de confesar los lunes y los martes, y los fieles lo utilizan bastante, e incluso luego de la misa se acercan para darnos las gracias. Es curioso y movilizador ver que hay personas que, sin tenerlo pensado, se acercan al templo luego de estar alejados treinta o cuarenta años de la Iglesia como tal. Es algo interesante, que nos pone muy contentos. Es un lugar especial, porque por la estación de la terminal pasan miles de personas, y muchos de los que vienen apenas tienen conocimientos de la fe, entonces la confesión es una especie, también, de catequesis. ¡Tenemos muchas historias sobre eso! Otro tema es que estamos cerca de varios hospitales, y cuando las personas están enfermas, mal de salud o incluso fallecen, acuden para que los acompañemos en esos momentos. Cada vez que se acerca alguien, así no tenga mucho fundamento de su creencia, lo veo como una acción del Espíritu Santo, y nosotros como instrumentos”.

    El valor de la comunidad

    ¿Qué es lo que distingue al santuario de otros templos arquidiocesanos? ¿Cuál es su diferencial? Los fieles de su comunidad tienen visiones bastante similares.

    Para Carlos, quien hace veintitrés años que participa de su comunidad y colabora allí a nivel administrativo y litúrgico, “la diferencia está en el apostolado del confesionario. Es una tarea preponderante en el santuario, porque viene gente de todo Montevideo a reconciliarse. El horario es amplio y siempre hay confesores disponibles. No hay en Montevideo otra comunidad igual a esta”.

    Reliquia del beato Jacinto Vera, presentada a la comunidad el pasado 2 de mayo. Fuente: G. García

    José Pedro llegó al templo hace trece años, y destaca su organización: “Me encontré con una comunidad muy dispuesta, con horarios establecidos y la posibilidad de siempre disponer de los confesores. Sin duda destaco ese orden y el respeto para quienes venimos a rezar, porque se cuida mucho el espacio de oración, incluso se reza el santo rosario antes de las misas. También hay mucho cuidado de la liturgia y eso se ve”.

    Según Julia, es una comunidad que acompaña espiritualmente a sus fieles: “Venía de la parroquia de Belén y de Tierra Santa. Ahí dejé de ir porque estuve muy enferma y se me complicaba ir hasta ahí. Este santuario vive la fe de una manera especial, y los domingos o los días de fiesta el templo se llena. Todos tenemos necesidades espirituales, y cuando estamos mal, contar con un espacio de silencio, oración y confesión nos ayuda mucho”.



    Elección del nuevo Papa y requisitos para liderar la Iglesia Católica

     

    Por Carlos María González Saracho , capellán del IEEM - Escuela de Negocios
    Publicado el 21 de mayo de 2025


    Un 17,7 % de la población mundial se declara católica y un número mayor recibe influencia por los centros educativos y las labores asistenciales de la Iglesia Católica en todo el mundo. Por lo tanto, es lógica la abundante cobertura mediática que ha tenido el Cónclave y la atención que se presta a las primeras declaraciones del Papa León XIV. Pero ¿se puede enfocar esta información cómo la de cualquier empresa u organización internacional? Sería insuficiente hacerlo y llevaría a no comprender muchas cosas.

    Si se ve la elección como una puja entre progresistas y conservadores, se pierde vista lo principal. Por ejemplo, antes del Cónclave, el cardenal Prevost no figuraba entre los “papables” principales, a pesar de que reunía todas las condiciones para el cargo, que fue lo que finalmente tuvieron en cuenta los electores. Por esto la decisión fue rápida.

    El 23 de febrero de 2013, pocos días antes de que Jorge Mario Bergoglio viajara a Roma para participar en el Cónclave en el cual fue elegido, recibió en Buenos Aires a unos representantes del Movimiento Apostólico de Schoenstatt, que —entre otras— le formularon la siguiente pregunta: “Para usted, ¿qué perfil debe tener el nuevo Papa?”. El que luego sería el Papa Francisco les dio una sintética respuesta que da una perfecta explicación de cuál es la naturaleza de la misión de la Iglesia y del romano pontífice. La respuesta fue: “Les voy a decir cosas evidentes, pero son las cosas en las que yo creo. Primero, tiene que ser un hombre de oración, un hombre profundamente vinculado a Dios. Segundo, tiene que ser una persona que cree profundamente que el dueño de la Iglesia es Jesucristo y no él, y que Jesucristo es el Señor de la historia. Tercero, un buen obispo. Debe ser un hombre que sabe cuidar, acoger, tierno con las personas, que sabe crear comunión. Y cuarto, debe ser un hombre, ahora, que ayude a reformar la curia”.

    Estos criterios fueron los que primaron y los que el nuevo Papa cumple claramente (excepto el cuarto, porque la reforma de la curia ya había sido comenzada por Francisco). Primero, hombre de oración: en su saludo inaugural desde el balcón dijo: “Somos discípulos de Cristo. Cristo nos precede. El mundo necesita de su luz. La humanidad necesita de Él como el puente que le permite ser alcanzada por Dios y por su amor”. Y al día siguiente salió del Vaticano para ir a rezar a dos iglesias dedicadas a la Virgen. Segundo, creer que la Iglesia es de Jesucristo y no del Papa: en su primera homilía, a todos los cardenales que participaron en el Cónclave les recordó que “un compromiso irrenunciable, para cualquiera que en la Iglesia ejercite un ministerio de autoridad, es desaparecer para que permanezca Cristo, hacerse pequeño para que Él sea conocido y glorificado (cf. Jn 3,30), gastándose hasta el final para que a nadie falte la oportunidad de conocerlo y amarlo”. Tercero, buen obispo, que sepa cuidar: son incontables los testimonios agradecidos y admirados de quienes lo tuvieron ocho años como obispo en Chiclayo, Perú, donde vivió hasta hace dos años y dejó un recuerdo imborrable.

    Desde un punto de vista más humano, sociológico, podríamos añadir otros dos requisitos para liderar la Iglesia Católica. En primer lugar, experiencia de gobierno universal, no solo en una diócesis. Y León XIV fue, durante dos períodos, el superior general de la Orden de los Agustinos, lo que da un conocimiento directo de los problemas en diversos países que ha recorrido; y los últimos dos años estuvo a cargo del Dicasterio de los Obispos, en Roma, lo que brinda una experiencia —quizá de las más útiles— en el gobierno de la Iglesia universal y de contacto con los obispos de todo el mundo. En segundo lugar, ser un hombre de diálogo, de unidad. Con el Papa Francisco, en los últimos años habían surgido polémicas y divisiones. León XIV en pocos días unió una continua referencia cariñosa al legado de Francisco con un llamado a cuidar el depósito de la fe, que ha amortiguado rápidamente esas divisiones.

    Definición de los requisitos para el cargo de líder de la iglesia católica, según el papa Francisco

     

    Artículo escrito por Carlos María González Saracho en abril del 2013 en base a las palabras de Jorge Bergoglio previo a su asignación como papa.

    Al escribir estas páginas, la opinión pública aún está asimilando la figura del papa Francisco y seguramente, cuando este artículo llegue a los lectores de la Revista, habrá muchas más frases, gestos y anécdotas que comentar.

    Me gustaría detenerme ahora en unas palabras suyas, que pueden ayudar a entender la figura del actual romano pontífice. El 23 de febrero, pocos días antes de que Jorge Mario Bergoglio viajara a Roma, para participar en el Cónclave en el cual fue elegido como sucesor de San Pedro, recibió en Buenos Aires a unos representantes del Movimiento Apostólico de Schoenstatt, que –entre otras– le formularon la siguiente pregunta, de particular interés en las circunstancias actuales: “Para usted ¿qué perfil debe tener el nuevo papa?”. El actual papa les dio una sintética y ordenada respuesta, en la que enumeró cuatro elementos, en orden de importancia, que dan una perfecta definición de cuál es la naturaleza de la misión de la Iglesia y del romano pontífice.

    La respuesta fue la siguiente: “Les voy a decir cosas evidentes, pero son las cosas en las que yo creo. Primero, tiene que ser un hombre de oración, un hombre profundamente vinculado a Dios. Segundo, tiene que ser una persona que cree profundamente que el dueño de la Iglesia es Jesucristo y no él y que Jesucristo es el Señor de la historia. Tercero, un buen obispo. Debe ser un hombre que sabe cuidar, acoger, tierno con las personas, que sabe crear comunión. Y cuarto, debe ser un hombre, ahora, que ayude a reformar la Curia”.

    Sugiero releer despacio la frase anterior, porque en su brevedad nos ofrece las claves para comprender la naturaleza profunda de la función de un papa. Son la “definición de los requisitos para el cargo directivo” más importante en la Iglesia católica.

    En primer lugar, por encima de condiciones de gobierno y de dirección, se requiere que sea una persona muy rezadora, con criterios sobrenaturales. Lo que resulta lógico a la luz de la segunda característica: estar convencido de que la Iglesia no es una empresa, ni un sindicato, ni una estructura sociológica, meramente humana: la Iglesia católica es, sobre todo, una institución de carácter espiritual y humano, fundada por Jesucristo.

    ¿Quién es por lo tanto el Jefe de la Iglesia? Jesucristo. ¿A quién hay que rendir cuentas? A Jesucristo ¿Qué hay que hacer para estar en sintonía con el Jefe, con sus objetivos y sus prioridades? Hablar con Él, tratarlo, conocerlo. El Santo Padre debe dedicar parte importante de su tiempo a fomentar un “profundo vínculo con Dios”, como dice el papa Francisco. Y, por lo tanto, quien no tiene fe en Jesucristo o lo ve como un personaje bondadoso que existió hace siglos, no puede entender la naturaleza más profunda de la Iglesia, ni comprenderá que sus medios fundamentales no son económicos, sino que son los sacramentos.

    Así procuró explicarlo, una vez más, el mismo papa Francisco a los 6000 periodistas reunidos en el Aula Paolo VI el 16 de marzo: “Cristo es el Pastor de la Iglesia, pero su presencia en la historia pasa a través de la libertad de los hombres: entre estos, uno viene elegido para servir como su vicario, sucesor del apóstol Pedro, pero Cristo es el centro, no el sucesor de Pedro: es Cristo. Cristo es la referencia fundamental, el corazón de la Iglesia. Sin Él, Pedro y la Iglesia no existirían ni tendrían razón de ser. Como ha dicho en varias ocasiones Benedicto XVI, Cristo está presente y conduce a su Iglesia. En todo lo que sucede el protagonista es, en última instancia, el Espíritu Santo. Él ha inspirado la decisión de Benedicto XVI por el bien de la Iglesia; Él ha dirigido en la oración y en la elección a los cardenales”.

    Volviendo a las condiciones para el cargo de romano pontífice, el cardenal Bergoglio colocaba después, en un tercer lugar, las características “humanas” del gobierno. Y aquí, el actual papa señala –otra vez sorprendiendo– no unas condiciones de gestión, de eficacia, de inteligencia, de estudios, sino de dedicación, de entrega abnegada a las personas, de olvido de sí mismo, de preocupación por los demás: ser un buen pastor, “que sabe crear comunión”, que subraya lo que une, no las diferencias. Todo esto resulta coherente con el mandamiento del Señor, en la Última Cena, el día previo a su Pasión y Muerte: “Quiéranse mucho, perdonen. En esto tienen que reconocer los demás que ustedes son discípulos míos: en que se quieren los unos a los otros” (cfr. Jn, 13, 34-35). ¡Cuántas veces olvidamos este mandamiento y nos dejamos llevar por envidias, rencores, antipatías! En las relaciones laborales, por ejemplo, cuántas veces omitimos en el trato con los demás las más elementales demostraciones de reconocimiento de su dignidad…

    En último lugar, como cuarta condición de gobierno del papa, el actual pontífice mencionaba lo que tantos “expertos” en cuestiones de Iglesia suelen poner en primera posición, ignorando quizá que la estructura de gobierno (la Curia romana) es solo un medio. Por esto, para que sea siempre un buen medio, el papa debe “ayudar” (no imponer) a que esa reforma se haga con el espíritu de las tres condiciones señaladas previamente: rezando, sin perder de vista que la Iglesia es de Jesucristo (no del papa ni de los cardenales ni de los obispos) y con un enfoque prioritario por las personas más que por las estructuras.

    Estas cuatro condiciones que brevemente hemos comentado representan todo un programa de gobierno, que nos da muchas luces para nuestra vida personal.

    Termino con otras palabras del papa Francisco a los 6000 periodistas reunidos en el Aula Paolo VI el 16 de marzo: “Es importante, queridos amigos, tomar en cuenta este horizonte interpretativo, esta hermenéutica, para centrarse en el corazón de los acontecimientos de estos días. De aquí nace un renovado y sincero agradecimiento por los esfuerzos de estos días particularmente difíciles, pero también una invitación a conocer más y más la verdadera naturaleza de la Iglesia, y también su camino en el mundo, con sus virtudes y sus pecados, y conocer las motivaciones espirituales que la guían y que son los más auténticos para entenderla”.

    Sobre Carlos María González Saracho

    Contador público y economista; Doctor en Derecho Canónico; Capellán del IEEM. Rector del Santuario de Nuestro Señor Resucitado (Tres Cruces). Fue Vicario Regional de la Prelatura del Opus Dei en Uruguay,

    Publicación original: Revista de Negocios del IEEM | Abril 2013


    El pequeño narciso que todos llevamos dentro

     Por Carlos González Saracho,  publicado en Hacer empresa en febrero de 2025

    Al escribir esta columna, se publicó la noticia de que la Asociación de prensa extranjera de Hollywood en los últimos Globos de Oro premió a Demi Moore como mejor actriz de comedia por su papel en La sustancia. En realidad, esa película, por lo que reseñan las críticas, más que una comedia es un drama de terror sobre una actriz en declive que comienza un tratamiento de eterna juventud con una sustancia secreta, que deviene en un proceso grotesco y sangriento. Aunque las críticas están muy divididas sobre su valor artístico, pienso que coinciden en que es una feroz —y, por eso, quizá efectiva— advertencia acerca de que nadie está a salvo del narcisismo y la soledad.

    El término “narcisismo”, procede del mito de Narciso, un joven de muy hermosa apariencia y engreído, que es castigado por Némesis a enamorarse de su propia imagen reflejada en un estanque y acaba arrojándose a las aguas. En psicología, el narcisismo es un trastorno de la personalidad que se manifiesta en una creencia acentuada en la propia singularidad; demanda continua de admiración y de trato especial; exageración de los propias cualidades y logros; falta de empatía; trato manipulador hacia los demás; celos mórbidos —patológicos—; convicción de que los demás los envidian; e incapacidad para afrontar las críticas.

    En cierto sentido todos corremos el riesgo de padecer, aunque sea levemente, algunos de esos síntomas. Seguramente no llegamos a un grado de arrogancia y de egoísmo llamativos, pero el consumismo y el individualismo contemporáneos aumentan nuestra predisposición por la propia imagen, y se está manifestando de modo particular en la educación de los niños.

    Parte del problema radica en que una de las recomendaciones comunes para educar a los hijos es alimentar su autoestima. Existen libros llenos de frases del tipo: “Sos importante”, “Creé en vos mismo” o “Conquistá el mundo”.  Son consejos valiosos, pero vale la pena preguntarse: ¿dónde acaba una sana autoestima y empieza un peligroso narcisismo?



    El consumismo y el individualismo contemporáneos aumentan nuestra predisposición por la propia imagen, y se está manifestando de modo particular en la educación de los niños.
    El narcisismo contiene elementos de psicopatía (por ejemplo, la falta de empatía), pero también se distingue por el miedo al fracaso y a “no ser nadie”. Esto se agrava porque los narcisistas se resisten a acudir a terapia: dicen que no ven un problema en su comportamiento, y piensan que tienen un “alto nivel de exigencia” hacia los demás.




    Viktor Frankl (1905-1997), el fundador de la logoterapia, llamó la atención sobre el vacío existencial del hombre moderno. Señaló la paradoja de que la excesiva concentración en el yo lleva al neuroticismo, que es un rasgo de la personalidad caracterizado por un estado de ansiedad y emociones negativas. Posteriormente, Christopher Lasch, autor del libro La cultura del narcisismo (1979), destacó la influencia del consumismo y el individualismo egocéntrico en la aparición del narcisismo.

    La devaluación de valores fuertes y solidarios como la responsabilidad y el altruismo fomenta el egoísmo. Internet y las redes sociales lo amplían ulteriormente fomentando —a veces hasta ridículamente— una imagen superficial del yo. Es llamativo que, antes, muchas fotos se centraban en el entorno y los recuerdos. Ahora, el 80 % del encuadre lo ocupa la cara del autor y el fondo queda relegado a un segundo plano.



    Resulta cada vez más urgente educar a los jóvenes en un espíritu de responsabilidad social. Por ejemplo, cambiar desde niños la habitual perspectiva de “¿Qué me merezco?” a “¿Cómo puedo ayudar a los demás?”. A continuación, sugiero cinco campos concretos, importantes en la educación de los jóvenes, pero que también son eficaces para los adultos.




    Resulta cada vez más urgente educar a los jóvenes en un espíritu de responsabilidad social. Por ejemplo, cambiar desde niños la habitual perspectiva de “¿Qué me merezco?” a “¿Cómo puedo ayudar a los demás?”.
    Tiempo para el voluntariado: animarlos a ayudar a los demás, desarrollar la empatía y, sobre todo, mostrarles que el mundo no gira alrededor de ellos.
    Realismo: enseñarles a tener una visión sana de sí mismos, señalando de modo adecuado y en el momento oportuno sus puntos fuertes, así como sus defectos, que los tienen y cuanto más los conozcan y reconozcan con humildad, mejor.
    Responsabilidad: darles un encargo para que ayuden en la casa. Aunque sea sacar la basura, poner la mesa, etc. Involucrarlos en tareas concretas, pocas, pero que exijan perseverancia y compromiso.
    Principios morales: desarrollar la ética y las virtudes humanas (generosidad, laboriosidad, alegría, sinceridad, etc.) desde niños. Tomar conciencia de los principios ayuda a evitar conductas egoístas
    Redes sociales: limitar su uso, ya que llevan a encerrarse en su mundo, estar pendiente de la imagen y de las opiniones de los demás.
    En definitiva, se trata de ganar en humildad. Les Luthiers decían que “el ego es ese pequeño argentino que todos llevamos dentro”. Frase injusta o incompleta. El siguiente texto de San Josemaría Escrivá nos puede ayudar a descubrir el pequeño Narciso que nos acompaña:

    “Déjame que te recuerde, entre otras, algunas señales evidentes de falta de humildad: pensar que lo que haces o dices está mejor hecho o dicho que lo de los demás; querer salirte siempre con la tuya; disputar sin razón o cuando la tienes insistir con tozudez y de mala manera; dar tu parecer sin que te lo pidan, ni lo exija la caridad; despreciar el punto de vista de los demás; no mirar todos tus dones y cualidades como prestados; (…) citarte a ti mismo como ejemplo en las conversaciones; hablar mal de ti mismo, para que formen un buen juicio de ti o te contradigan; excusarte cuando se te reprende; (…) oír con complacencia que te alaben, o alegrarte de que hayan hablado bien de ti; dolerte de que otros sean más estimados que tú; negarte a desempeñar oficios inferiores; buscar o desear singularizarte; insinuar en la conversación palabras de alabanza propia o que dan a entender tu honradez, tu ingenio o destreza, tu prestigio profesional…; avergonzarte porque careces de ciertos bienes…” (Surco, n.o 263).