Definición de los requisitos para el cargo de líder de la iglesia católica, según el papa Francisco

 

Artículo escrito por Carlos María González Saracho en abril del 2013 en base a las palabras de Jorge Bergoglio previo a su asignación como papa.

Al escribir estas páginas, la opinión pública aún está asimilando la figura del papa Francisco y seguramente, cuando este artículo llegue a los lectores de la Revista, habrá muchas más frases, gestos y anécdotas que comentar.

Me gustaría detenerme ahora en unas palabras suyas, que pueden ayudar a entender la figura del actual romano pontífice. El 23 de febrero, pocos días antes de que Jorge Mario Bergoglio viajara a Roma, para participar en el Cónclave en el cual fue elegido como sucesor de San Pedro, recibió en Buenos Aires a unos representantes del Movimiento Apostólico de Schoenstatt, que –entre otras– le formularon la siguiente pregunta, de particular interés en las circunstancias actuales: “Para usted ¿qué perfil debe tener el nuevo papa?”. El actual papa les dio una sintética y ordenada respuesta, en la que enumeró cuatro elementos, en orden de importancia, que dan una perfecta definición de cuál es la naturaleza de la misión de la Iglesia y del romano pontífice.

La respuesta fue la siguiente: “Les voy a decir cosas evidentes, pero son las cosas en las que yo creo. Primero, tiene que ser un hombre de oración, un hombre profundamente vinculado a Dios. Segundo, tiene que ser una persona que cree profundamente que el dueño de la Iglesia es Jesucristo y no él y que Jesucristo es el Señor de la historia. Tercero, un buen obispo. Debe ser un hombre que sabe cuidar, acoger, tierno con las personas, que sabe crear comunión. Y cuarto, debe ser un hombre, ahora, que ayude a reformar la Curia”.

Sugiero releer despacio la frase anterior, porque en su brevedad nos ofrece las claves para comprender la naturaleza profunda de la función de un papa. Son la “definición de los requisitos para el cargo directivo” más importante en la Iglesia católica.

En primer lugar, por encima de condiciones de gobierno y de dirección, se requiere que sea una persona muy rezadora, con criterios sobrenaturales. Lo que resulta lógico a la luz de la segunda característica: estar convencido de que la Iglesia no es una empresa, ni un sindicato, ni una estructura sociológica, meramente humana: la Iglesia católica es, sobre todo, una institución de carácter espiritual y humano, fundada por Jesucristo.

¿Quién es por lo tanto el Jefe de la Iglesia? Jesucristo. ¿A quién hay que rendir cuentas? A Jesucristo ¿Qué hay que hacer para estar en sintonía con el Jefe, con sus objetivos y sus prioridades? Hablar con Él, tratarlo, conocerlo. El Santo Padre debe dedicar parte importante de su tiempo a fomentar un “profundo vínculo con Dios”, como dice el papa Francisco. Y, por lo tanto, quien no tiene fe en Jesucristo o lo ve como un personaje bondadoso que existió hace siglos, no puede entender la naturaleza más profunda de la Iglesia, ni comprenderá que sus medios fundamentales no son económicos, sino que son los sacramentos.

Así procuró explicarlo, una vez más, el mismo papa Francisco a los 6000 periodistas reunidos en el Aula Paolo VI el 16 de marzo: “Cristo es el Pastor de la Iglesia, pero su presencia en la historia pasa a través de la libertad de los hombres: entre estos, uno viene elegido para servir como su vicario, sucesor del apóstol Pedro, pero Cristo es el centro, no el sucesor de Pedro: es Cristo. Cristo es la referencia fundamental, el corazón de la Iglesia. Sin Él, Pedro y la Iglesia no existirían ni tendrían razón de ser. Como ha dicho en varias ocasiones Benedicto XVI, Cristo está presente y conduce a su Iglesia. En todo lo que sucede el protagonista es, en última instancia, el Espíritu Santo. Él ha inspirado la decisión de Benedicto XVI por el bien de la Iglesia; Él ha dirigido en la oración y en la elección a los cardenales”.

Volviendo a las condiciones para el cargo de romano pontífice, el cardenal Bergoglio colocaba después, en un tercer lugar, las características “humanas” del gobierno. Y aquí, el actual papa señala –otra vez sorprendiendo– no unas condiciones de gestión, de eficacia, de inteligencia, de estudios, sino de dedicación, de entrega abnegada a las personas, de olvido de sí mismo, de preocupación por los demás: ser un buen pastor, “que sabe crear comunión”, que subraya lo que une, no las diferencias. Todo esto resulta coherente con el mandamiento del Señor, en la Última Cena, el día previo a su Pasión y Muerte: “Quiéranse mucho, perdonen. En esto tienen que reconocer los demás que ustedes son discípulos míos: en que se quieren los unos a los otros” (cfr. Jn, 13, 34-35). ¡Cuántas veces olvidamos este mandamiento y nos dejamos llevar por envidias, rencores, antipatías! En las relaciones laborales, por ejemplo, cuántas veces omitimos en el trato con los demás las más elementales demostraciones de reconocimiento de su dignidad…

En último lugar, como cuarta condición de gobierno del papa, el actual pontífice mencionaba lo que tantos “expertos” en cuestiones de Iglesia suelen poner en primera posición, ignorando quizá que la estructura de gobierno (la Curia romana) es solo un medio. Por esto, para que sea siempre un buen medio, el papa debe “ayudar” (no imponer) a que esa reforma se haga con el espíritu de las tres condiciones señaladas previamente: rezando, sin perder de vista que la Iglesia es de Jesucristo (no del papa ni de los cardenales ni de los obispos) y con un enfoque prioritario por las personas más que por las estructuras.

Estas cuatro condiciones que brevemente hemos comentado representan todo un programa de gobierno, que nos da muchas luces para nuestra vida personal.

Termino con otras palabras del papa Francisco a los 6000 periodistas reunidos en el Aula Paolo VI el 16 de marzo: “Es importante, queridos amigos, tomar en cuenta este horizonte interpretativo, esta hermenéutica, para centrarse en el corazón de los acontecimientos de estos días. De aquí nace un renovado y sincero agradecimiento por los esfuerzos de estos días particularmente difíciles, pero también una invitación a conocer más y más la verdadera naturaleza de la Iglesia, y también su camino en el mundo, con sus virtudes y sus pecados, y conocer las motivaciones espirituales que la guían y que son los más auténticos para entenderla”.

Sobre Carlos María González Saracho

Contador público y economista; Doctor en Derecho Canónico; Capellán del IEEM. Rector del Santuario de Nuestro Señor Resucitado (Tres Cruces). Fue Vicario Regional de la Prelatura del Opus Dei en Uruguay,

Publicación original: Revista de Negocios del IEEM | Abril 2013


Horarios en el Santuario a partir de marzo de 2025

Celebración de la misa

De lunes a domingos a las 19:30
Los domingos también a las 12:00

Exposición del Santísimo Sacramento

Viernes de 17:30 a 19:20

Atención sacerdotal

Lunes a viernes: 17:30 a 19:20
Sábados: 18:30 a 19:20
Domingos: 11:30 a 12:00, y de 18:30 a 19:20

Confesores habituales: 

Mons. Carlos M. González:

Sábados: 18:30 A 19:20
Domingos: 11:30 a 12:00
Miércoles, jueves y viernes: 17:30 a 19:20


Pbro. José Luis Vidal

Domingos: 18:30 A 19:20
Lunes y martes: 17:30 a 19:20


Por la mañana de lunes a viernes, el Santuario permanece abierto de 10 a 12.

El pequeño narciso que todos llevamos dentro

 Por Carlos González Saracho,  publicado en Hacer empresa en febrero de 2025

Al escribir esta columna, se publicó la noticia de que la Asociación de prensa extranjera de Hollywood en los últimos Globos de Oro premió a Demi Moore como mejor actriz de comedia por su papel en La sustancia. En realidad, esa película, por lo que reseñan las críticas, más que una comedia es un drama de terror sobre una actriz en declive que comienza un tratamiento de eterna juventud con una sustancia secreta, que deviene en un proceso grotesco y sangriento. Aunque las críticas están muy divididas sobre su valor artístico, pienso que coinciden en que es una feroz —y, por eso, quizá efectiva— advertencia acerca de que nadie está a salvo del narcisismo y la soledad.

El término “narcisismo”, procede del mito de Narciso, un joven de muy hermosa apariencia y engreído, que es castigado por Némesis a enamorarse de su propia imagen reflejada en un estanque y acaba arrojándose a las aguas. En psicología, el narcisismo es un trastorno de la personalidad que se manifiesta en una creencia acentuada en la propia singularidad; demanda continua de admiración y de trato especial; exageración de los propias cualidades y logros; falta de empatía; trato manipulador hacia los demás; celos mórbidos —patológicos—; convicción de que los demás los envidian; e incapacidad para afrontar las críticas.

En cierto sentido todos corremos el riesgo de padecer, aunque sea levemente, algunos de esos síntomas. Seguramente no llegamos a un grado de arrogancia y de egoísmo llamativos, pero el consumismo y el individualismo contemporáneos aumentan nuestra predisposición por la propia imagen, y se está manifestando de modo particular en la educación de los niños.

Parte del problema radica en que una de las recomendaciones comunes para educar a los hijos es alimentar su autoestima. Existen libros llenos de frases del tipo: “Sos importante”, “Creé en vos mismo” o “Conquistá el mundo”.  Son consejos valiosos, pero vale la pena preguntarse: ¿dónde acaba una sana autoestima y empieza un peligroso narcisismo?



El consumismo y el individualismo contemporáneos aumentan nuestra predisposición por la propia imagen, y se está manifestando de modo particular en la educación de los niños.
El narcisismo contiene elementos de psicopatía (por ejemplo, la falta de empatía), pero también se distingue por el miedo al fracaso y a “no ser nadie”. Esto se agrava porque los narcisistas se resisten a acudir a terapia: dicen que no ven un problema en su comportamiento, y piensan que tienen un “alto nivel de exigencia” hacia los demás.




Viktor Frankl (1905-1997), el fundador de la logoterapia, llamó la atención sobre el vacío existencial del hombre moderno. Señaló la paradoja de que la excesiva concentración en el yo lleva al neuroticismo, que es un rasgo de la personalidad caracterizado por un estado de ansiedad y emociones negativas. Posteriormente, Christopher Lasch, autor del libro La cultura del narcisismo (1979), destacó la influencia del consumismo y el individualismo egocéntrico en la aparición del narcisismo.

La devaluación de valores fuertes y solidarios como la responsabilidad y el altruismo fomenta el egoísmo. Internet y las redes sociales lo amplían ulteriormente fomentando —a veces hasta ridículamente— una imagen superficial del yo. Es llamativo que, antes, muchas fotos se centraban en el entorno y los recuerdos. Ahora, el 80 % del encuadre lo ocupa la cara del autor y el fondo queda relegado a un segundo plano.



Resulta cada vez más urgente educar a los jóvenes en un espíritu de responsabilidad social. Por ejemplo, cambiar desde niños la habitual perspectiva de “¿Qué me merezco?” a “¿Cómo puedo ayudar a los demás?”. A continuación, sugiero cinco campos concretos, importantes en la educación de los jóvenes, pero que también son eficaces para los adultos.




Resulta cada vez más urgente educar a los jóvenes en un espíritu de responsabilidad social. Por ejemplo, cambiar desde niños la habitual perspectiva de “¿Qué me merezco?” a “¿Cómo puedo ayudar a los demás?”.
Tiempo para el voluntariado: animarlos a ayudar a los demás, desarrollar la empatía y, sobre todo, mostrarles que el mundo no gira alrededor de ellos.
Realismo: enseñarles a tener una visión sana de sí mismos, señalando de modo adecuado y en el momento oportuno sus puntos fuertes, así como sus defectos, que los tienen y cuanto más los conozcan y reconozcan con humildad, mejor.
Responsabilidad: darles un encargo para que ayuden en la casa. Aunque sea sacar la basura, poner la mesa, etc. Involucrarlos en tareas concretas, pocas, pero que exijan perseverancia y compromiso.
Principios morales: desarrollar la ética y las virtudes humanas (generosidad, laboriosidad, alegría, sinceridad, etc.) desde niños. Tomar conciencia de los principios ayuda a evitar conductas egoístas
Redes sociales: limitar su uso, ya que llevan a encerrarse en su mundo, estar pendiente de la imagen y de las opiniones de los demás.
En definitiva, se trata de ganar en humildad. Les Luthiers decían que “el ego es ese pequeño argentino que todos llevamos dentro”. Frase injusta o incompleta. El siguiente texto de San Josemaría Escrivá nos puede ayudar a descubrir el pequeño Narciso que nos acompaña:

“Déjame que te recuerde, entre otras, algunas señales evidentes de falta de humildad: pensar que lo que haces o dices está mejor hecho o dicho que lo de los demás; querer salirte siempre con la tuya; disputar sin razón o cuando la tienes insistir con tozudez y de mala manera; dar tu parecer sin que te lo pidan, ni lo exija la caridad; despreciar el punto de vista de los demás; no mirar todos tus dones y cualidades como prestados; (…) citarte a ti mismo como ejemplo en las conversaciones; hablar mal de ti mismo, para que formen un buen juicio de ti o te contradigan; excusarte cuando se te reprende; (…) oír con complacencia que te alaben, o alegrarte de que hayan hablado bien de ti; dolerte de que otros sean más estimados que tú; negarte a desempeñar oficios inferiores; buscar o desear singularizarte; insinuar en la conversación palabras de alabanza propia o que dan a entender tu honradez, tu ingenio o destreza, tu prestigio profesional…; avergonzarte porque careces de ciertos bienes…” (Surco, n.o 263).

 

 

Santuario Tres Cruces templo jubilar



Con gran alegría, transcribimos la carta del card. Sturla, en la que nuestro Santuario es designado como iglesia jubilar.


Montevideo, 20 de diciembre de 2024


Queridos Hermanos/as de la Arquidiócesis de Montevideo.

Casi en silencio se nos acerca el año santo 2025. El papa lo inicia en Roma el 24 de diciembre y en todas las catedrales del mundo comienza el domingo 29 de diciembre. El lema de este año santo es: “Peregrinos de esperanza”.

El año santo tiene sus raíces en el Antiguo Testamento. Es un año de gracia, de perdón de las deudas, de liberación. Desde 1300 la Iglesia ha celebrado los años santos o jubilares como un tiempo especial de gracia para recibir de Dios el perdón de nuestros pecados y de las penas que merecemos por ellos. Lo primero lo obtenemos por el sacramento de la reconciliación y lo segundo por las llamadas “indulgencias”.

En el año santo estamos llamados a la conversión, al cambio interior, a la reconciliación, al perdón, para poder así amar más y mejor, con un corazón purificado que solo busque la gloria de Dios, el bien de nuestros hermanos y el propio bien.

En Montevideo, además de la Catedral habrá otras “iglesias jubilares” en cada zona pastoral donde se pueda obtener la indulgencia plenaria, peregrinando hacia ellas y realizando aquellas obras que la Iglesia nos enseña, pero, sobre todo, abriéndonos a la gracia que convierte nuestro corazón y sin lo cual todo lo otro pierde su sentido.

Estas Iglesias Jubilares serán, además de la Iglesia Catedral:

ZONA SAN MATEO: Nuestra Sra. del Carmen del Cordón.

SAN MATEO NORTE: Santuario Diocesano del Señor Resucitado (Tres Cruces).

SAN MARCOS: Santuario Diocesano de Nuestra Sra. del Sagrado Corazón de Punta Carretas.

SAN MARCOS ESTE: Santuario Nacional de la Medalla Milagrosa y San Agustín.

SAN LUCAS ESTE: Iglesia parroquial de Nuestra Sra. del Perpetuo Socorro y San Oscar Romero de la Cruz de Carrasco

SAN LUCAS: Santuario Nacional de la Gruta de Lourdes y Santuario Nacional del Sagrado Corazón del Cerrito de la Victoria

SAN JUAN NORTE: Santuario Nacional de María Auxiliadora.

SAN JUAN: Santuario de Santa Francisca Rubatto.

Los invito cordialmente al inicio de este año santo 2025 que comenzará el próximo domingo 29 de diciembre a las 10.30 hs. con una peregrinación desde la parroquia San Francisco de Asís en la Ciudad Vieja (Cerrito y Solís) hasta la Catedral donde a las 11 hs. celebraremos la Santa Misa.

Con mi bendición.


+ Cardenal Daniel STURLA sdb

ARZOBISPO DE MONTEVIDEO

 

El mejor regalo: un LIBRO


 

 
LA BIBLIA         $ 1.300
(prestigiosa edición, traducida y comentada por Profesores de la Universidad de Navarra)

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El peligro de vivir para trabajar

Por  Mons. Carlos González Saracho

Artículo aparecido en la revista Hacer Empresa, noviembre, 2024


 Hace muchos años, se detectó en Japón el fenómeno del “karoshi”, o muerte por exceso de trabajo. Un informe de 2016 reveló que hasta un quinto de los japoneses estaban en riesgo de sufrir este síndrome, el cual, aunque no siempre tenga consecuencias fatales, ha dejado de ser exclusivo de Japón. Esto se debe a una cultura que promueve la constante actividad laboral como determinante del éxito.

La línea entre una laboriosidad saludable y una adicción destructiva al trabajo se vuelve peligrosamente más delgada. En el competitivo ámbito empresarial, ser llamado adicto al trabajo puede incluso ser motivo de orgullo. Sin embargo, esta dinámica cobra un alto precio: la salud, las relaciones familiares y sociales, e incluso la propia calidad del trabajo se ven afectadas. Diversas investigaciones muestran que los adictos al trabajo son menos productivos que aquellos con una actitud y un enfoque más saludable hacia las tareas profesionales.

Aunque cada caso es diferente, procuraré a continuación señalar algunas pautas que ayuden a reconocer cuándo se está cruzando el límite y se está cayendo en una peligrosa adicción. Una primera señal de alarma es pensar constantemente en el trabajo, incluso en el tiempo libre, en los trayectos o durante el descanso. Esto lleva al segundo síntoma, más grave: se descuidan gradualmente las relaciones familiares y sociales, que se van enfriando y deteriorando, porque los demás perciben un menor interés por los temas y preocupaciones comunes. Si no se reacciona a tiempo, las distancias crecen y se hace cada vez más difícil reestablecer la armonía inicial.

Una primera señal de alarma es pensar constantemente en el trabajo, incluso en el tiempo libre, en los trayectos o durante el descanso.


La tercera señal se puede definir como de “daños estructurales”: primero los psicológicos, como estado de ansiedad permanente y sentimientos de culpa cuando se realizan actividades no relacionadas con la profesión. Vienen acompañados o seguidos por dificultades para dormir, dolores de cabeza, tensión muscular en cuello o espalda, digestiones pesadas, colon irritable, acidez de estómago, tensión arterial. Es verdad que, una situación de estrés como la descrita para esta etapa, no solo procede de un exceso de actividad, sino que también puede desencadenarse por situaciones objetivas de salud o familiares, y una constante rumiación obsesiva de esos problemas. Pero el exceso de trabajo suele estar en el comienzo de las más frecuentes.

Sería un peligroso reduccionismo pensar que esto se resuelve con solo un tratamiento farmacológico. El riesgo de abusar de ansiolíticos es muy alto, y la experiencia muestra que, aunque se sigue “funcionando” en la vida diaria, no aborda el problema de raíz. La solución de fondo para el estrés laboral requiere una mirada más amplia y profunda, y comprender que el valor de una persona no depende únicamente de sus logros profesionales: son importantes, pero no absolutos.

Mi experiencia en la atención sacerdotal de personas me ha llevado a concluir que el estrés, como otras enfermedades que nos atenazan, suele tener un componente espiritual, relacionado con nuestra visión de la vida. Nos dejamos llevar por un hiperindividualismo materialista, alimentado por apegamiento a las pantallas, con cada vez menos horas de sueño y sin relaciones sanas, gratuitas o desinteresadas. Nos agotamos corriendo detrás del bienestar sin preguntarnos sobre lo fundamental.

¿Qué podemos hacer para salir de esa situación? Es esencial abordar el síndrome desde una perspectiva tanto psicológica como espiritual. Como señala el psicólogo Diego Cazzola, en el fondo del trastorno adictivo laboral “está la falsa creencia de que podemos con todo, incluso con aquello que se escapa de nuestras manos. En realidad, aquí hay un toque de vanidad y de orgullo, de no querer soltar las cosas, buscar el reconocimiento de los demás, ir por libre y, al final, perder la mirada trascendental. A veces pensamos que, si no lo hacemos todo nosotros, nuestra vida se derrumbará, y eso no es cierto”. En este sentido, es importante aprender a renunciar a ser perfeccionista, conocer nuestros límites —y los de quienes nos rodean— y convivir con ellos.

Es importante aprender a renunciar a ser perfeccionista, conocer nuestros límites —y los de quienes nos rodean— y convivir con ellos.


Otro aspecto fundamental es examinarnos para conocernos mejor, saber cómo reaccionamos en momentos de presión e identificar los síntomas a tiempo. Para esto, es altamente recomendable hacer periódicamente un parón, una revisión del tiempo que se dedica al trabajo y a otras áreas de la vida, para ver qué debemos cambiar y mejorar, con el fin de encontrar un equilibrio. Reconocer un problema es siempre el primer paso y el más importante a la hora de recuperar la salud mental, encontrando tiempo para el descanso, la recreación, el fomento de las relaciones con los seres queridos y el cuidado de la vida espiritual. Desde la Capellanía del IEEM, por ejemplo, se ofrecen parones mensuales o retiros espirituales de una hora y media, diseñados para reflexionar sobre aquello que no nos está haciendo bien y aquello que deberíamos dejar o ajustar, con el fin de elegir conscientemente la vida que cada uno quiere vivir. En estos parones periódicos —individuales o en grupo— hay que analizar si el trabajo se convirtió o no en un sustituto de las verdaderas relaciones profundas que facilitan la felicidad, como demostraban las dos investigaciones de Harvard mencionadas en nuestra columna anterior.

El activismo adictivo convierte al trabajo en un fin en sí mismo y, en lugar de aportar plenitud, conduce al agotamiento espiritual y emocional. La Iglesia Católica siempre ha subrayado el valor del trabajo como medio para realizar la humanidad y servir a los demás. Sin embargo, centrarse excesivamente en el trabajo, a expensas de la salud, las relaciones familiares y la vida espiritual, es incompatible con las enseñanzas de la Iglesia. El papa Juan Pablo II, en el n.o 6 de su encíclica Laborem Exercens (1981), dejó claro que el trabajo debe servir al hombre y no al revés: “La primera base del valor del trabajo es la persona misma, su sujeto. Esto trae inmediatamente consigo una conclusión muy importante de carácter ético: si bien es cierto que el hombre está destinado y llamado a trabajar, sobre todo el trabajo es ‘para el hombre’, y no el hombre ‘para el trabajo’”.

Hay mucho cansancio en una vida desnivelada, por lo tanto, debemos ver el tiempo de reflexión o examen como una inversión para mejorar nuestra vida… y la de quienes nos rodean.

¿Existe una fórmula para la felicidad?

 



Por Carlos González Saracho

Artículo aparecido en la revista Hacer Empresa,  agosto, 2024


En muchas áreas existen fórmulas para resolver problemas. Pero parece imposible llegar a una fórmula para conseguir la felicidad. El instituto Harvard Study of Adult Development intentó una aproximación observando durante más de 80 años la vida de un número elevado de estadounidenses, y preguntando a los protagonistas qué felices se sentían en cada momento. El proyecto nació en 1938, cuando un profesor de Harvard comenzó a observar a un grupo de alumnos de esa universidad, por lo general de clase media y alta. Al mismo tiempo, un abogado y una trabajadora social se propusieron estudiar cómo se desarrollaban en el tiempo las vidas de cientos de adolescentes de los barrios más marginales de Boston.

Unos años más tarde, ambos proyectos se unieron en uno. Entrevistaron periódicamente a cada una de las personas estudiadas y a sus parientes, hasta llegar a un total de 2000 personas. Al anotar los datos más evidentes (estudios, trabajo, matrimonio, hijos), los investigadores iban creando algo así como un historial de la felicidad, porque añadían preguntas sobre su satisfacción con la vida en ese momento. Los actuales directores del proyecto, Robert Waldinger y Marc Schulz, recogieron los principales resultados en el libro Una buena vida. El mayor estudio mundial para responder a la pregunta más importante de todas: ¿qué nos hace felices? (Planeta, 2023).

Llegaron a la conclusión de que la clave para alcanzar una vida feliz consiste en contar con una red de “verdaderas relaciones personales”. La fuerza del libro consiste en que demuestra con datos experimentales la verdad de dos afirmaciones sencillas, pero que a veces olvidamos.


Llegaron a la conclusión de que la clave para alcanzar una vida feliz consiste en contar con una red de “verdaderas relaciones personales”.

En primer lugar, que ni el éxito profesional ni el dinero ni la comodidad de las circunstancias personales son, por sí mismos, buenos predictores de si alguien alcanzará una vida lograda. En segundo lugar, que la felicidad permanece cuando se ha construido con materiales sólidos. Esto es precisamente lo que quieren decir con el adjetivo “verdaderas” aplicado a las relaciones personales.

El libro abunda en historias de personas que, en contextos muy difíciles, han sabido apoyarse en otras y lograron ser felices. Y, al contrario, incluye otras que parten de situaciones favorables, pero tomaron un camino de aislamiento e infelicidad. Los autores lo explican porque las relaciones sólidas, cultivadas con paciencia y generosidad, funcionaron como “reguladoras de la adversidad”. Ante los golpes de la vida salieron adelante, incluso muchas veces vieron su felicidad reforzada.

De entre todas las relaciones, los autores destacan las familiares. Una gran mayoría de los entrevistados, sobre todo cuando ya eran ancianos, reconocían que su matrimonio y sus hijos habían sido, para bien o para mal, lo que había determinado su felicidad. Llama particularmente la atención la cantidad de crisis matrimoniales superadas gracias al esfuerzo —comprensión, paciencia— de una de las partes. Esto es algo que personalmente puedo confirmar por mi experiencia de sacerdote y de acompañamiento espiritual a personas casadas.

El estudio menciona también que las relaciones que dan mayor consistencia son las marcadas, de una u otra forma, por el servicio a otros. Los testimonios reconocen que ser feliz no se trata simplemente de vivir con los demás, en el sentido de mantener una red social activa, sino sobre todo de vivir para los demás. Y la familia, otra vez, aparece como el ámbito más adecuado para esto.


Ni el éxito profesional ni el dinero ni la comodidad de las circunstancias personales son, por sí mismos, buenos predictores de si alguien alcanzará una vida lograda.

También se demuestra la importancia de detenerse para evaluar la propia vida. Muchos de los entrevistados manifestaron que el participar en la investigación les había ayudado a reflexionar sobre cómo estaban construyendo su felicidad y la de su familia, algo que no hubieran hecho si no fuera por la investigación.

Por último, en varios testimonios se confirma que las vidas con más y mejores relaciones suelen estar animadas por un “impulso moral”, la búsqueda de un propósito vital que dé sentido a los sacrificios y crisis que van llegando.

Los autores de Una buena vida apenas mencionan las creencias religiosas de las personas estudiadas, pero otras investigaciones han demostrado una relación entre la religiosidad y algunos indicadores de la felicidad. Ya hace años, el neurólogo y psiquiatra judío, Víctor Frankl, sobreviviente de los campos de concentración nazis, enseñó que la felicidad es consecuencia de una vida con sentido, de una plenitud interior que no se ve aplastada por los factores externos, por más duros que sean. Y el sentido lo da un amor grande, valores altos por los que vivir y una vida espiritual.

Actualmente, uno de los mayores expertos en este campo es Tyler VanderWeele, catedrático, también de la Universidad de Harvard, donde dirige el Human Flourishing Program y la Initiative on Health, Spirituality and Religion. El experto busca fundamentar con métodos científicos una “teoría de la felicidad”.

En una investigación publicada hace dos años en la revista International Journal of Epidemiology, VanderWeele —junto a otros dos autores— analizó la relación estadística entre la asistencia a servicios religiosos y diferentes aspectos de la salud: problemas físicos, psicológicos, conductas de riesgo (como alcoholismo, tabaquismo o falta de sueño) o bienestar psicológico (satisfacción vital, integración social, sentido en la vida). Siguieron durante varios años la religiosidad y la salud de tres grupos diferentes: uno de jóvenes, otro de adultos y otro de ancianos. El estudio encontró una relación positiva entre vida religiosa y salud física: menos mortalidad, por ejemplo, entre los que acudían con regularidad a la iglesia que entre los que no. Pero los efectos más significativos se daban en el campo de los comportamientos de riesgo —mucha menos frecuencia en el abuso del alcohol entre las personas practicantes­— y la salud mental: menos posibilidad de sufrir cuadros depresivos o de sentirse solos; más satisfacción vital, afectividad positiva e integración social.

En Vuelo nocturno y en Ciudadela, Antoine de Saint-Exupéry repite varias veces que “el hombre es un nudo de relaciones”, con Dios, la familia, los amigos, la patria, los valores. Nunca se llegará a una fórmula definitiva de la felicidad, válida para todos, pero las dos investigaciones de Harvard permiten concluir que una apuesta segura para conseguirla es cultivar relaciones sociales marcadas por la generosidad y practicar la religión

EL CAREER PORTFOLIO PARA UN MATRIMONIO ESTABLE Y FELIZ

 


por Mons. Carlos González Saracho 

Publicado en la revista Hacer empresa en mayo, 2024

Si entendemos el career portfolio como la diversidad de experiencias, formaciones, habilidades e intereses que conforman la “caja de herramientas” de cada persona, podemos notar su estrecha relación con la definición clásica de virtudes como “hábitos operativos buenos” que facilitan las acciones buenas y rectas. Ejemplo sencillo: a una persona ordenada le resulta más fácil dejar las cosas en orden, tener prioridades, etc.

Esto se aplica a la vida profesional y debería aplicarse con más motivo a la vida familiar. Para que un matrimonio resista —palabra fea, pero realista considerando las dificultades que surgen— hace falta cuidarlo y mimarlo. No basta la buena voluntad, sino también unas capacidades en cada uno que ayuden a fortalecer esta unión para que sea duradera: felizmente duradera.

Lograrlo es difícil. Pero en realidad no tan complicado, porque se trata de adquirir hábitos que se conviertan en nuevas formas de ver la vida, de afrontar un día y otro, hasta descubrir que el amor está en los detalles: en una mirada, en una llamada… hábitos sencillos, casi cuantificables.

El economista, filólogo y experto en orientación familiar Fernando Poveda afronta este desafío en su libro La pareja que funciona, del que resumiré a continuación y muy sintéticamente ocho claves que permiten adquirir esos hábitos tan importantes para la vida familiar y profesional.

SI ENTENDEMOS EL CAREER PORTFOLIO COMO LA DIVERSIDAD DE EXPERIENCIAS, FORMACIONES, HABILIDADES E INTERESES QUE CONFORMAN LA “CAJA DE HERRAMIENTAS” DE CADA PERSONA, PODEMOS NOTAR SU ESTRECHA RELACIÓN CON LA DEFINICIÓN CLÁSICA DE VIRTUDES.

  1. Tomarse realmente en serio la preparación para la familia. Si nos fijamos en nuestra vida y en la vida de cualquier persona, veremos que se dedica mucho tiempo a la preparación personal y profesional. Sin embargo, a la preparación para la familia, para la vida de pareja, no nos preparamos de igual forma. La familia es una inversión para toda la vida, y para este fin hay que prepararse. Hay que estudiar. ¿Cómo? Conociendo de verdad al otro, pero también a uno mismo, en todos los aspectos. Como decíamos antes, el amor está en los detalles; pero previamente hay que conocer el mundo de las necesidades del otro: saber cuáles son los detalles que quiere y cuáles no.
  2. Cuidar la comunicación. La comunicación y el trato dentro de la pareja son la base del conocimiento mutuo que a su vez es la base del amor. Lamentablemente, muchos padres descuidan el matrimonio una vez que llegan los hijos. “La principal clave para la buena educación de los hijos es cuidar la vida en pareja, por encima de la educación de los hijos”, escribe Poveda, que es marido y padre de familia numerosa. Por esto, es fundamental sacar el máximo partido al tiempo compartido en pareja.
  3. Cuidar tu bonsái. El amor puede romperse, y así lo atestiguan rotundamente las estadísticas. Por eso, hay que cuidarlo, y cuidarlo todos los días, como algo delicado, como si fuera un valioso bonsái. Un error que lleva a fracasar muchos matrimonios es confundir amor con sentimiento. El amor radica fundamentalmente (no solo) en la voluntad y en la libertad. Por eso es bueno no confiarnos, no abandonarse y luchar todos los días como si fuese el último… o el primero.
  4. Disfrutar de las cosas buenas. También del placer sexual que, en el matrimonio, no solo es bueno, sino básico para que la pareja funcione. Cuando se ama, se ama con toda la persona y a toda la persona.
  5. Cuidar el buen humor. Tanto la risa como el buen humor generan endorfinas, lo que a su vez produce sensación de alegría, felicidad y ganas de vivir. Las personas que saben reírse afrontan de una manera más sensata los problemas y dificultades de la vida y se forma en el hogar un ambiente optimista. Como tantas virtudes, el buen humor y la actitud positiva no es algo innato —aunque el temperamento ayuda—, sino voluntario.

EL AMOR PUEDE ROMPERSE, Y ASÍ LO ATESTIGUAN ROTUNDAMENTE LAS ESTADÍSTICAS. POR ESO, HAY QUE CUIDARLO, Y CUIDARLO TODOS LOS DÍAS, COMO ALGO DELICADO, COMO SI FUERA UN VALIOSO BONSÁI.

  1. Aprender a gestionar las crisis. Antes de casarse hay que tener muy claro que en el matrimonio los malos momentos llegan, tarde o temprano. Es algo que está ahí. Es normal que haya muchas pequeñas discusiones, malos momentos, algunas crisis e incluso alguna grandes crisis. No se puede pensar que somos los únicos que pasamos por ellas. Lo importante es saber gestionarlas.
  2. Anticiparse a las crisis. La forma más efectiva para evitar las crisis o que tengan efectos más limitados es prevenirlas. Todos los puntos anteriores se enfocan a esto. Pero además es fundamental hablar las cosas. Antes de las crisis, para resolverlas, y después para hacer balance: hablar todo lo necesario de forma asertiva. Sin reproches. Con cariño y humildad.
  3. Volver a enamorarse. El amor es algo dinámico que hay que renovar a diario. ¿Cómo? Poniéndose siempre en el lugar del otro, teniendo paciencia y dedicando tiempo, recordando los momentos que fueron alimentando el matrimonio, sonriendo, borrando los reproches, siendo detallista, amando y perdonando. El papa Francisco suele repetir que las tres palabras decisivas para la felicidad matrimonial y que conviene repetir frecuentemente son: “gracias, con permiso y perdón”.